jueves, 30 de noviembre de 2006

Los aburridos -y algo más- nacionalismos

Nacionalismo: Dícese de la doctrina que exalta en todos los órdenes la personalidad nacional completa o lo que reputan como tal sus partidarios. He confesarles que el nacionalismo me suele repatear los hígados: cualquier nacionalismo, dicho sea sin ánimo de faltar. Y cuando escribo cualquiera, significa cualquiera. O sea, no se trata de arremeter contra los nacionalistas catalanes o vascos, en aras del nacionalismo español, que es lo que suele ocurrir en este país. Para ser sincero, no me gustan ni unos ni otros. En realidad me aburren siempre, cuando no algo peor.
Los nacionalistas del PNV (un ’estado’ dentro de la autonomía vasca, dicen) me desagradan por su aire clerical, su vergonzoso espíritu prágmático vergonzante, así como por la tradicional hipocresía y falta de arrestos. No tengo nada contra los vascos; de hecho algunos abuelos y bisabuelos de quien esto firma eran vascos, así como sus padres, pero mi desacuerdo y rechazo ético contra los peneuvistas es considerable por amplias y numerosas razones con las que no les aburriré, pero pueden encontrarlas en los libros de Historia. Tampoco estoy acuerdo con los nacionalistas catalanes, por más que Jordi Pujol me cayera bien, entre otras razones porque era culto (algo a destacar como rara avis entre los políticos profesionales) y porque tuvo el coraje de ir a dar con sus huesos a la cárcel de Torrero (Zaragoza) por hacerse responsable (y no fue el único) de unos desórdenes de inspiración nacionalista en el Palau de la Música Catalana de Barcelona durante la nefasta dictadura franquista. Los nacionalistas catalanes actuales, liderados por el ex pijo de los barrios altos de Barcelona, Artur Mas (Arturito según Albert Boadella), no me convencen ni aunque anduviera harto de vino del Penédès. Y, finalmente, mi encono más sincero es por los nacionalistas españoles, los del PP, los de Aznar-Rajoy-Acebes-Mayor Oreja y otros personajes prescindibles por el bien de este país de países de nuestros dolores y sufrimientos al que algunos llaman España y otros Estado Español. El desaparecido y llorado Vázquez Montalbán (hombre bueno donde los hubiera, dotado de un cerebro tan grande como la catedral de Burgos), a estos nacionalistas españoles los bautizo con mucha propiedad como nacional-catolicistas, sin duda en la estela del olvidable y recusable nacionalismo españolista franquista. Y es cierto que, de todos los nacionalistas que se albergan en el Estado Español (o España, con perdón), los más indigestos son los nacionalcatolicistas peperos, herederos indudables del españolismo franquista y sobre cuya convicción democratica (más allá de citar hasta el hastío la Constitución y el Estado de Derecho -que no saben lo que es) uno alberga en ocasiones severas dudas. Y es que esto de la democracía no se demuestra con ardientes declaraciones de amor sino (como decía Machado del ir y venir por los senderos) se comprueba cuando se comprende y practica que "caminante no hay camino, se hace camino al andar".
El nacionalismo tuvo algún sentido cuando sirvió para sacudirse el egoísta y trapacero yugo colonial al que sometieron a pueblos latinoamericanos, africanos y asiáticos las potencias europeas durante el siglo XIX y principios del XX. Tal vez sea una ingenuidad eso de ‘ciudadano del mundo’, entre otras cosas porque no hay pasaportes del mundo mundial y, otrosí, hay muy poquitos humanos que se lo crean de verdad, pero no me negaran que ése de la ciudadanía mundial es un objetivo sensato, atractivo, racional y justo.
Y ya puestos, ¿no les parece una solemne majadería continuar con el trapaceo del sentimiento nacionalista en esta era en la que las magnas e inmensas corporaciones transnacionales y las feroces instituciones financieras internacionales hacen de su capa un sayo a lo largo y ancho de nuestro castigado planeta, pasándose por el forro estados, soberanías, gobiernos y la madre que los trujo en nombre del sacrosanto beneficio?
Creo que en esto de los nacionalismos en los países ricos, falta el valor y coraje para revelar y denunciar que el rey (que presumía de estrenar ante todo el pueblo una vestimenta especial hecha con un tejido maravilloso) en realidad iba en bolas, porque el sastre era un pícaro y nunca existió tal tela maravillosa ni tales patrones especiales.
¿Lo pillan?

miércoles, 29 de noviembre de 2006

La moral del gángster

Mejor sería que se comportaran como los matones y codiciosos sin freno que son. Sin maquillajes, elegancias ni tapaderas de presuntos buenos modos. Tal como hacían los gangsters de Chicago en los años veinte y treinta del siglo pasado. Las cosas claras y el chocolate, espeso. Ellos iban a lo que iban y hacían lo que fuera preciso, sin importarles un carajo ni la propia madre, si se daba el caso. John Houston lo retrató de modo genial en “Cayo Largo”. Buen cine negro. En un hotel de los cayos de Florida, cuando amenaza una tormenta tropical, coinciden un soldado norteamericano, que vuelve a casa de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y Johny Rocco, un gangster deportado que ha regresado clandestinamente a Estados Unidos para un negocio sucio. La proximidad del huracán pone nerviosa a la gente y en un momento de tensión entre el gangster y sus secuaces y las personas decentes del hotel, el soldado interviene y hace una pregunta retórica: “¿Qué quiere Rocco?” Y él mismo responde: “Quiere más”. Rocco lo confirma: “Eso es, quiero más, más”. Y el soldado pregunta de nuevo: “¿Alguna vez Rocco tendrá bastante?” Y entonces es Rocco quien contesta: “Nunca tengo bastante”.
Pues eso es lo que pasa con los pocos dueños de la mayor parte de la riqueza de nuestro planeta. Su objetivo es tener más, más, peeo nunca tienen bastante. Ignacio Ramonet, director de “Le Monde Diplomatique” ha escrito que en nuestros días a duras penas el 20% de los habitantes del planeta posee el 80% de la renta mundial. Pero ese 20% sólo es un parachoques, porque el grupo reducidísimo auténtico dueño del poder económico está formado por unas trescientas personas, que poseen más bienes y renta que más de la mitad de los habitantes de nuestra Tierra, que son más de tres millones. Ustedes perdonen cifras y porcentajes, pues, aunque uno es de letras, a veces es inevitable recurrir a ellos.
Y, por supuesto, a la mayoría de esos potentados y sus cómplices y siervos bien recompensados les importan una higa las consecuencias de su vandálica codicia. ¿Qué en África, por poner un ejemplo, la palman por miles y miles a causa del sida al no disponer de combinados retrovirales que no pueden pagar? Lo siento. La propiedad intelectual de los medicamentos es sagrada y la pela es la pela. Y esto es sólo un botón de muestra.

Lo más brutal es que nunca la vieja Tierra ha dispuesto de tanta riqueza, de tanto desarrollo, de tanta bonanza económica, pero nunca también de tanta desigualdad, de tanta pobreza.
¿Saben lo que me revienta? Que toda esa gente, responsable de tanto dolor, angustia y sufrimiento de millones de seres humanos por activa o por pasiva, esa mayoría de presidentes de corporaciones y bancos transnacionales, sus acólitos preferidos, los correveidiles de honor, algunos jefes de gobiernos, algunos jefes de estado, dictadores y dictadorzuelos, gentecilla oculta tras el abracadabra de la “guerra con el terrorismo” -tan terroristas como los descerebrados que nos amargan la vida con bombas- encima ¡quieren ser honorables y que los respetemos! Sólo faltaría eso. Por eso cito a los gangsters, porque esos eran unos (aquí el adjetivo calificativo que prefieran) de tamaño natural, pero no engañaban.

Concluyamos tristemente que hoy, a pesar de los oropeles y protocolos, de la mercadoctecnia, de la agobiante publicidad que lava más blanco, de los parabienes y besamanos… nuestros días son los de la auténtica entronización de la moral del gángster. Y por ahora no hay Eliot Ness que lo impida.