Mejor sería que se comportaran como los matones y codiciosos sin freno que son. Sin maquillajes, elegancias ni tapaderas de presuntos buenos modos. Tal como hacían los gangsters de Chicago en los años veinte y treinta del siglo pasado. Las cosas claras y el chocolate, espeso. Ellos iban a lo que iban y hacían lo que fuera preciso, sin importarles un carajo ni la propia madre, si se daba el caso. John Houston lo retrató de modo genial en “Cayo Largo”. Buen cine negro. En un hotel de los cayos de Florida, cuando amenaza una tormenta tropical, coinciden un soldado norteamericano, que vuelve a casa de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y Johny Rocco, un gangster deportado que ha regresado clandestinamente a Estados Unidos para un negocio sucio. La proximidad del huracán pone nerviosa a la gente y en un momento de tensión entre el gangster y sus secuaces y las personas decentes del hotel, el soldado interviene y hace una pregunta retórica: “¿Qué quiere Rocco?” Y él mismo responde: “Quiere más”. Rocco lo confirma: “Eso es, quiero más, más”. Y el soldado pregunta de nuevo: “¿Alguna vez Rocco tendrá bastante?” Y entonces es Rocco quien contesta: “Nunca tengo bastante”.
Pues eso es lo que pasa con los pocos dueños de la mayor parte de la riqueza de nuestro planeta. Su objetivo es tener más, más, peeo nunca tienen bastante. Ignacio Ramonet, director de “Le Monde Diplomatique” ha escrito que en nuestros días a duras penas el 20% de los habitantes del planeta posee el 80% de la renta mundial. Pero ese 20% sólo es un parachoques, porque el grupo reducidísimo auténtico dueño del poder económico está formado por unas trescientas personas, que poseen más bienes y renta que más de la mitad de los habitantes de nuestra Tierra, que son más de tres millones. Ustedes perdonen cifras y porcentajes, pues, aunque uno es de letras, a veces es inevitable recurrir a ellos.
Y, por supuesto, a la mayoría de esos potentados y sus cómplices y siervos bien recompensados les importan una higa las consecuencias de su vandálica codicia. ¿Qué en África, por poner un ejemplo, la palman por miles y miles a causa del sida al no disponer de combinados retrovirales que no pueden pagar? Lo siento. La propiedad intelectual de los medicamentos es sagrada y la pela es la pela. Y esto es sólo un botón de muestra.
Lo más brutal es que nunca la vieja Tierra ha dispuesto de tanta riqueza, de tanto desarrollo, de tanta bonanza económica, pero nunca también de tanta desigualdad, de tanta pobreza.
¿Saben lo que me revienta? Que toda esa gente, responsable de tanto dolor, angustia y sufrimiento de millones de seres humanos por activa o por pasiva, esa mayoría de presidentes de corporaciones y bancos transnacionales, sus acólitos preferidos, los correveidiles de honor, algunos jefes de gobiernos, algunos jefes de estado, dictadores y dictadorzuelos, gentecilla oculta tras el abracadabra de la “guerra con el terrorismo” -tan terroristas como los descerebrados que nos amargan la vida con bombas- encima ¡quieren ser honorables y que los respetemos! Sólo faltaría eso. Por eso cito a los gangsters, porque esos eran unos (aquí el adjetivo calificativo que prefieran) de tamaño natural, pero no engañaban.
Concluyamos tristemente que hoy, a pesar de los oropeles y protocolos, de la mercadoctecnia, de la agobiante publicidad que lava más blanco, de los parabienes y besamanos… nuestros días son los de la auténtica entronización de la moral del gángster. Y por ahora no hay Eliot Ness que lo impida.