
Saramago ha dicho recientemente que los ciudadanos debemos “perder la paciencia y demostrarlo ante un mundo que corre hacia el abismo, incapaz de cuestionar las limitaciones de una democracia gobernada por los ricos”.

Estoy de acuerdo al ciento por ciento con el premio Nóbel portugués. Lamentablemente. Conflictos armados que no cesan; millones de personas desplazadas; feroces guerras civiles inacabables (Irak, Palestina, Sudán, África central, suma y sigue); la pobreza que no cesa (y alcanza ya a los países ricos); crece la desigualdad; se mantienen los paraísos fiscales (cómplices necesarios del terrorismo, el crimen organizado y la corrupción más brutal); mueren las mujeres con violencia en todo el mundo; nos cargamos el planeta… Pero que nadie se llame a engaño: ese desastre tiene que ver con lo que también denuncia Saramago, que vivimos un mundo más o menos democrático, pero férreamente dirigido por organismos que en absoluto son democráticos, pero que mandan mucho y lo que deciden afecta a miles de millones de seres humanos. Organismos dirigidos por y para los ricos.

La última guinda del espíritu democrático de tales organismos que nos amargan la vida ha sido la designación del nuevo presidente del Banco Mundial para sustituir a Wolfowitz directamente por Bush. ¡Ya ni disimulan! Organismos como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, que nadie ha elegido, que se eligen sólo entre ellos y por ellos. Organismos internacionales que han instaurado en las dos últimas décadas como valor fundamental, indiscutible e intocable, el sagrado beneficio en el marco indiscutido del sacrosanto mercado; la peor y más perversa versión de la adoración del becerro de oro que tanto cabreó a Moisés cuando bajó de su excursión místico-legal a la cima del Sinaí. Organismos que han fomentado e impuesto el peor orden de valores posible, el que considera que lo material, la cuenta de resultados enorme, el crecimiento incesante y poseer más y más bienes materiales (derroche en realidad) es lo único que vale la pena. Un orden de valores que ha creado una sociedad injusta hasta la crueldad. Y estúpida, porque se autodestruye.

Se me ocurre que un camino para hacer frente a tal cataclismo empieza por usar el cerebro, y también por hacer el ejercicio de ponerse en la piel de los más desgraciados, jodidos y sufrientes seres humanos. ¿Cómo se sentiría al casi cesado señor Paul Wolfowitz (casi ex presidente del Banco Mundial) de tener que vivir en un campo de refugiados? ¿Cómo si no supiera si ese día comerá o no? ¿Cómo si tuviera que caminar diariamente de diez a treinta kilómetros para buscar agua que, además, puede intoxicarlo? ¿Cómo si no supiera si al finalizar el día aún estará vivo, muerto por bala o bomba?

Los ciudadanos de a pie (nos recuerda también Saramago) deberíamos empezar a ser conscientes de que no basta con votar cada cuatro años y, tras votar, pasar los cuatro años siguientes, replegados, sin participar en la marcha de las cosas, fuera de juego.
Hay solución, desde luego, pero no es milagrosa. Depende de que los ciudadanos arrimemos el hombro. Los ciudadanos, que somos los dueños del poder político.
1 comentario:
Asistir cada día a una exposición de la tragedia parece que nos esta volviendo indiferentes ante el dolor ajeno. Sólo nos movemos ante catástrofes concretas, durante los días que también interesan a los medios de comunicación, después nos replegamos de nuevo a nuestros cuarteles de abundancia y derroche. Nos dejamos manipular por la publicidad, por el político de turno que solo vela por sus intereses. Dejamos que nos exploten en el trabajo por miedo a perderlo, aunque sea uno de esos trabajos precarios.
Si sólo nos interesa lo que está a un palmo de nuestro ombligo vamos mal. Nos estamos deshumanizando.
Deberíamos empezar a organizar nuestro cabreo. A parar los pies a tanto desatino. Un mundo donde el poder y el dinero lo manejan cuatro, unos cuantos mas sobreviven a base de créditos derrochando y llenando el planeta de basura inservible y la gran mayoría no dispone de lo imprescindible para su subsistencia es un mundo enfermo.
Besos.
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