
Hace cuatro días traspasamos el ecuador del tiempo trazado para conseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se deberían lograr en el 2015. Todos los países del mundo y las grandes instituciones internacionales se comprometieron a conseguirlos: erradicar la pobreza extrema y el hambre, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna (que las madres de los países pobres no mueran de parto), frenar el sida, la malaria y la tuberculosis entre otras enfermedades que diezman las poblaciones del antes llamado Tercer Mundo, lograr la enseñanza primaria universal…

Llegados a ese ecuador, la ONU dice en su web en español (www.un.org/spanish/millenniumgoals) que, aunque ha habido un progreso, el éxito está todavía lejos de asegurarse, salvo que los países desarrollados (los ricos) cumplan sus compromisos. Según la Alianza Española contra la Pobreza (una entidad que agrupa más de 400 asociaciones públicas y privadas), a pesar de que dichos Objetivos son en realidad un programa de mínimos no muy ambicioso, de seguir así, lo máximo que se logrará –y con suerte- es alcanzar la mitad o menos de lo propuesto.
Las cifras son frías, pero tras ellas hay millones de dramas y situaciones crónicas de sufrimiento y dolor. La cruda e implacable realidad es que más de 800 millones de personas (dos veces y media la población de EEUU, por ejemplo) pasan hambre o están muy desnutridos. Y que más de 1000 millones apenas disponen de 75 céntimos de euro para sobrevivir al día.
Si usted, de repente sólo dispusiera de menos de un euro diario para vivir, ¿cómo se le quedaría el cuerpo, hermano? Si el horizonte de un día y otro fuera que no tiene qué comer y no sabe cómo conseguirlo; si no pudiera beber agua potable, tuviera que caminar un mínimo de diez o doce kilómetros para llenar un bidón de agua tal vez turbia; si usted fuera uno de esa mayoría de los más de 50 millones de personas infectados con el terrible VIH y supiera a ciencia cierta que se iba a morir, porque vive en un país empobrecido (cuando unos cientos de kilómetros más al norte, quienes han sido contagiados vivirán muchos años y vivirán bastante bien); si tuviera hijos de menos de cinco años y supiera a ciencia casi cierta que ellos pueden ser de los 10 millones de niños que morirán por enfermedades que en España, por ejemplo, se curan simplemente tomando unos comprimidos durante unos días. ¿Cómo se sentiría, ciudadano?
En la web de la Alianza Española contra la Pobreza (http://www.pobrezacero.org/) empiezan diciendo una frase tremenda: Somos la primera generación que puede erradicar la pobreza del mundo. Y es verdad. Si conseguimos convencer a los cabestros (quienes creen que hay dos clases de seres humanos, los demás, casi como cosas, y ellos) de que podemos y debemos acabar con la pobreza y sus nefastas secuelas, y de que todos, todos sin excepción, somos iguales. Pero no de boquilla, de verdad. Porque todos hemos nacido de mujer (parto normal o cesárea, da igual), sin que a nadie le hayan pedido permiso, y todos moriremos. Eso nos da una igualdad indiscutible y radical.
Otro día les reproduciré un poema atribuido al dramaturgo alemán Bertol Brecht, pero que él no escribió. De su lectura cabe deducir que hemos de contribuir a que las cosas cambien.
Es decir, si no reducimos la pobreza y sus secuelas (lo que pasa por ir cambiando el modelo de crecimiento y de desarrollo actuales) estamos jodidos. Todos.
1 comentario:
... Y en mi oficina haciendo una remodelación innesaria, porque las instalaciones y los muebles estaban bastante bien. Sólo priva el hecho de cambiar para hacer gasto y consumir. Pienso que con la tercera parte de este despilfarro superfluo, se podría haber alimentado o sanado a algunos seres humanos necesitados. Bsos. Vicky.
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