La ministra de Sanidad, Elena Salgado, ha retirado el llamado proyecto de ley anti-alcohol por falta de consenso. No voy a entrar en las razones de unos y otros; la ministra y su equipo técnico de un lado y el sector del vino, de mucho peso en la economía nacional, del otro. No, quiero referirme a lo que nadie ha mencionado, ni unos ni otros. ¿Por qué jóvenes muy jóvenes (cada vez más) se inician en el consumo frecuente de alcohol y llegan a la excesiva ingesta rápidamente?
No creo que la cuestión principal sea si debe controlarse o no la publicidad de vino, si debe incluirse o no el vino en una ley que noticiarios televisivos y titulares de prensa han bautizado de anti-alcohol. No digo que no deba controlarse la publicidad del alcohol, no, y, ya puestos, también el resto para evitar los constantes ataques de mal gusto, excesos y faltas evidentes a la verdad de cualquier publicidad que nos invade. La cosa es que si un paciente, por decir algo, sufre fiebres pertinaces de hasta cuarenta grados, lo adecuado no es inflarlo de gelocatil para bajar la fiebre. Les hablo de un caso real (una tru story, como proclaman algunas miniseries televisivas insufribles como si eso fuera un valor). El caso real fue que un joven músico cantautor tenía fiebre altas que no se iban y el médico, que presuntamente lo atendía, no hizo algo tan elemental como pedir una analítica completa del paciente. Cuando, tras casi dos meses de angustia y gelocatil, el muchacho se decidió a visitar a otro médico, el nuevo ordenó algo de libro de primero de medicina: un análisis de orina y descubrió que (¡oh sorpresa!) el joven tenía una infección de orina de caballo. Antibióticos a mansalva y se inicia la recuperación y la curación. ¡Tan sencillo y tan fácil!
¿Qué tiene que ver lo relatado con el traspiés de la ministra Salgado, salvo que dilucidar la incompetencia del médico de marras pudiera corresponder a su ministerial autoridad sobre la salud de los ciudadanos? Tiene que ver que, por mucho que se controle la publicidad (en esta sacrosanta e intocable sociedad capitalista hasta las cachas), es como si atiborráramos de aspirinas a un paciente con dolores terribles de cabeza sin averiguar antes las causas de esos dolores y atacar ahí. ¿Acaso creen que los jóvenes empiezan a emborracharse a temprana edad por entrar en el libro Guiness? Yo diría que más bien (así a grandes rasgos y gruesos trazos, por no cansarles) saben, perciben o intuyen que apenas tienen horizontes. Y reaccionan mal. Un ilustre poeta amigo de origen aragonés, pero afincado en Castilla y León, Jesús Fonseca, me decía tiempo ha que “no disponer de horizontes es lo más terrible que le puede pasar a un ser humano”. Y de hecho sería la razón de la actuación de un número considerable de suicidas. Con los jóvenes y aún más jóvenes, da la impresión de que han elegido un suicidio más lento, el del consumo excesivo de alcohol de alta graduación, sumado tal vez a la dosis de majadería que suele acompañar a edades tempranas.
Me gustaría que doña Elena Salgado, que tiene ese aire de salvadora y poseedora de la verdad absoluta y se toma en serio su trabajo (sin duda), se parara por unos instantes a darle vueltas al asunto de las causas de la juvenil afición al bebercio, que podría ser la amagada, disimulada, camuflada o maquillada desesperación o desespero (posiblemente inconsciente o tal vez subconsciente) de un número considerable de jóvenes que se aficionan a la botella; al hecho de que los jóvenes de ambos sexos de este país (ciñámonos de momento a este país) tiene un futuro muy gris, cuando no negro como un tizón.
Veamos: ha sido posible acuñar el neologismo ‘mileuristas’, que designa a las personas jóvenes con carrera universitaria, un par de idiomas hablados con fluidez y un ‘master’… que a lo más que pueden aspirar (dándose con un canto en los dientes) es a ganar 1000 euros mensuales (sin pagas extraordinarias, por cierto, porque éstas están prorrateadas durante los doce meses del año). Veamos: mil euros son 166.000 pelas de las que usábamos antes; desde la peseta, la inflación ha subido lo suyo (con la impagable ayuda del cambio de pesetas a euros, por cierto) y, a día de hoy, viviendo en Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Sevilla o Bilbao, por poner ejemplos concretos, un joven ‘mileurista’ que gane esa cantidad mensual a duras penas puede vivir compartiendo piso con dos o tres más, comer, coger el transporte público o pagar la gasolina y las tasas de estacionamiento o precio de parquings, ir al cine con alguna frecuencia, comprar algo de ropa (preferentemente en mercadillos o similares), tal vez comprar algunos libros (si es adicto al nefando vicio de la lectura) y (si es buen administrador como hormiguita laboriosa) ahorrar para darse unas vacaciones algo decentes, aprovechándose de los carnés de joven, inter-rail, albergues juveniles y otras pretendidas ventajas con las que pretendemos tapar la boca a los jóvenes, en tanto los condenamos a no poder planificar ni proyectar un futuro decente.
Tal vez la ministra, con todos sus compañeros de gobierno, debería detenerse un poco en las causas que empujan a los jóvenes a beber como cosacos. Acaso me respondiera que atacar las causas de la tendencia a la beodez de los jóvenes es tarea larga y muy largo me lo fiáis y, entre tanto, le damos palo a la publicidad de alcoholes (vinos decentes incluidos), a ver si suena la flauta por casualidad. Pero, vamos a ver, este gobierno ¿no es socialista? ¡Ah, que socialista no significa lo que antes! ¡Vaya por dios y uno sin enterarse!
jueves, 22 de febrero de 2007
viernes, 16 de febrero de 2007
Menos cuentos chinos
En un periódico leo la carta de una lectora que se queja de que desde días antes del juicio a los acusados por el atroz atentado del 11 de marzo en Madrid, las televisiones ofrezcan una y otra vez las tremendas imágenes de los trenes explosionados, del horror y de la tremenda desorientación de los supervivientes en la primera hora tras el atentado. Esas imágenes han ocupado -unos días u otros por uno u otro motivo- un espacio de las pantallas de televisores durante tres años, desde aquel día fatídico. Entre los motivos de la aparición reiterada de esas imágenes, cabe destacar el hallazgo de cualquier indicio sobre la investigación del atentado o la paranoia casi delictiva de cierto diario empecinado en ver extrañas y maquiavélicas conspiraciones donde sólo hubo una sana e higiéncia reacción de la mayoría del electorado español que envió a freír monas (políticamente hablando) al entonces gobernante Partido Popular.
La lectora se queja de que todos los esfuerzos que han hecho, (y aún han de hacer) las casi mil novecientas víctimas heridas (más sus familiares y allegados y los de las víctimas mortales), durante estos treinta y tantos meses para olvidar el horror, se han ido al garete por la insistencia en repetir una y otra vez esas imágenes. Creo que tiene bastante razón.
En el periodismo ejerciente en este país (y me temo que en otros), la creciente globalización neoliberal -que dios confunda- ha convertido las empresas periodísticas (que sobre todo deberían informar), en almonedas que 'venden' noticias, que no es lo mismo. Y, como el motor es lo comercial, los criterios éticos y otros de rango parecido se han ido por el agujero del retrete. Sólo así, por ejemplo, se entiende que en noticiarios televisivos varios, presuntamente formales y serios, se dé cabida a retazos y coletazos de los abundantes y muy lamentables programas de telebasura, por ejemplo. Sólo así se entiende que la búsqueda de la verdad informativa brille por su ausencia, en aras de torpes y groseras servidumbres. Sólo así se entiende, (¡panes et circenses!) que las superficialidades y necedades del tiempo televisivo dedicado al deporte-rey sea un tonto ejercicio de no decir nada o necedades que cuentan liturgias futbolísticas que aburren a las ovejas. Sólo así se entiende (¿o hay otras razones?) que en la cadena radiofónica propiedad de la comunidad de los obispos católicos españoles, éstos permitan que continúe haciendo un nauseabundo programa radiofónico un sujeto impresentables que ha hecho del insulto, de la injuria y de la mentira su bandera. Etcétera.
Son malos tiempos para la verdad, pues si todo es mercado, todo puede ser vendido y comprado, y no hay otras leyes que las del mercado. En esa situación, la búsqueda de la verdad y la satisfacción del derecho de los ciudadanos a ser informados, quedan seriamente malparados, porque eso no suele dar dividendos. Pero el respeto a los derechos humanos no tiene por qué ser rentable, sólo es respeto. Y uno de esos derechos es el derecho a la información.
Lo dicho, malos tiempos para la lírica. Pero, por favor, nos gustaría que no insultaran nuestra inteligencia, y también, que dejaran de contarnos cuentos chinos para justificar y maquillar este mundo desigual e injusto, pero, paradójicamente, el más desarollado y estable economicamernte de los últimos tiempos. Amén.
La lectora se queja de que todos los esfuerzos que han hecho, (y aún han de hacer) las casi mil novecientas víctimas heridas (más sus familiares y allegados y los de las víctimas mortales), durante estos treinta y tantos meses para olvidar el horror, se han ido al garete por la insistencia en repetir una y otra vez esas imágenes. Creo que tiene bastante razón.
En el periodismo ejerciente en este país (y me temo que en otros), la creciente globalización neoliberal -que dios confunda- ha convertido las empresas periodísticas (que sobre todo deberían informar), en almonedas que 'venden' noticias, que no es lo mismo. Y, como el motor es lo comercial, los criterios éticos y otros de rango parecido se han ido por el agujero del retrete. Sólo así, por ejemplo, se entiende que en noticiarios televisivos varios, presuntamente formales y serios, se dé cabida a retazos y coletazos de los abundantes y muy lamentables programas de telebasura, por ejemplo. Sólo así se entiende que la búsqueda de la verdad informativa brille por su ausencia, en aras de torpes y groseras servidumbres. Sólo así se entiende, (¡panes et circenses!) que las superficialidades y necedades del tiempo televisivo dedicado al deporte-rey sea un tonto ejercicio de no decir nada o necedades que cuentan liturgias futbolísticas que aburren a las ovejas. Sólo así se entiende (¿o hay otras razones?) que en la cadena radiofónica propiedad de la comunidad de los obispos católicos españoles, éstos permitan que continúe haciendo un nauseabundo programa radiofónico un sujeto impresentables que ha hecho del insulto, de la injuria y de la mentira su bandera. Etcétera.
Son malos tiempos para la verdad, pues si todo es mercado, todo puede ser vendido y comprado, y no hay otras leyes que las del mercado. En esa situación, la búsqueda de la verdad y la satisfacción del derecho de los ciudadanos a ser informados, quedan seriamente malparados, porque eso no suele dar dividendos. Pero el respeto a los derechos humanos no tiene por qué ser rentable, sólo es respeto. Y uno de esos derechos es el derecho a la información.
Lo dicho, malos tiempos para la lírica. Pero, por favor, nos gustaría que no insultaran nuestra inteligencia, y también, que dejaran de contarnos cuentos chinos para justificar y maquillar este mundo desigual e injusto, pero, paradójicamente, el más desarollado y estable economicamernte de los últimos tiempos. Amén.
lunes, 12 de febrero de 2007
Leo en un periódico: “El clima de crispación política que se respira en Madrid, fruto de un enfrentamiento entre el PSOE y el PP…” y sigue el texto, pero quiero que se fijen en esa frase y en la mendacidad que supone. Vaya por delante, una vez más, que ni siquiera soy votante del PSOE y que, como ciudadano que no pasa de la política -porque la política nunca pasa de nosotros y de nuestra suerte- tengo una lista bastante crecida de desacuerdos –algunos muy serios- con lo que hace y se propone hacer el PSOE, pero a uno lo educaron en el respeto a la verdad y de ahí mi protesta. ¡Qué antiguo! ¿Verdad?
El caso es que la frase reseñada cuanto menos es incorrecta como expresión veraz de una realidad. Dice la frase que la crispación política es consecuencia de una causa: el enfrentamiento entre los dos grandes partidos. Y ese es un evidente error: la citada crispación es una consecuencia querida y buscada por la táctica concreta elegida por los dirigentes del Partido Popular. Ese partido, que encarna y defiende los intereses de la peor derecha española, la que lleva dos siglos jorobando a la mayoría de los ciudadanos, ha escogido con premeditación y alevosía la mentira, la trampa, la zancadilla, la conspiración y el insulto como armas políticas, porque primero quedaron dolorosamente sorprendidos por la derrota electoral de 2004, y luego, rabiosos y decididos a reconquistar el poder político al precio que fuera. Bien, tal vez al precio que sea, no, porque aún no han llegado al secuestro o el asesinato ni parece que quieran hacerlo, pero si a otras prácticas que, en la mejor intencionada de las visiones, bordea peligrosamente cierta ilegalidad.
Pero lo que quiero destacar no es la bajeza moral y la falta de escrúpulos de la cúpula dirigente del PP, que es bien conocida, sino la pusilanimidad de la inmensa mayoría de periodistas en activo de este país que confunden día tras día el culo con las témporas, es decir, la honradez democrática en las tareas de informar con una falsa y nefasta equidistancia que oculta parte de la verdad informativa.
No es más democrático repartir culpas entre dos partidos opuestos sin datos ni documentación. No es más democrático y objetivo permitir que los portavoces de los partidos políticos se vayan de rositas sin repreguntar cuando no contestan -¡ni de lejos!- a lo que se les pregunta. No es más democrático en las tareas informativas permitir que la fauna de portavoces políticos digan lo que les dé la gana, porque así perjudican (o tal creen) al adversario político. No es más democrático el periodista que permite que portavoces políticos respondan con falsedades de las que, cuanto menos, se tienen indicios de que lo son. Y tampoco es más democrático sumarse al necio coro que descalifica a “los políticos” en general, sin concretar, sin dar nombres y apellidos que asuman la descalificación de que se trate, porque eso no es más que un rebuzno de impotencia y, además, no responde a la verdad informativa objetiva.
Lo periodistas de este tiempo parecen haber olvidado que los políticos son ni más ni menos que los representantes de los ciudadanos, cuyo poder político han recibido de ellos, pero no son los dueños del mismo. Verdades sencillas que hay que recordar un día y otro para que nuestro sistema democrático no se parezca cada vez más un circo. Tal vez el decepcionante espectáculo de la práctica periodística actual no sólo se explique porque las empresas informativas tienen a sus profesionales bien agarrados, sino que los pueden tener porque hay lo que el viejo Marx denominaba “un ejército industrial de reserva” que permite diluir o aguachinar cualquier tipo de reivindicación laboral o profesional en el periodismo. Dicho en plata: hay una enorme legión de candidatos para sustituir a los que ahora ocupan puestos de trabajo en las empresas periodísticas incluso por menos salario.
Lo que es cierto más allá de cualquier duda razonable, es que el periodismo de hoy suele ser pacato, indocumentado y muy incompleto, anclado en patéticas prácticas de falsa equidistancia. Y no hay equidistancia posible entre la democracia y la utilización torticera de la misma. ¿Como es posible que algunos medios publiquen falsedades manifiestas un día y otro y no haya la menor reacción en el gremio informativo? Nada que ver con el periodismo de los años de la Transición, entonces a riesgo de causas judiciales, consejos de guerra, amenazas reales de la extrema derecha y otras lindezas similares. Y esto no es una batallita del abuelo Cebolleta: ocurrió así y no ocurre hoy.
El caso es que la frase reseñada cuanto menos es incorrecta como expresión veraz de una realidad. Dice la frase que la crispación política es consecuencia de una causa: el enfrentamiento entre los dos grandes partidos. Y ese es un evidente error: la citada crispación es una consecuencia querida y buscada por la táctica concreta elegida por los dirigentes del Partido Popular. Ese partido, que encarna y defiende los intereses de la peor derecha española, la que lleva dos siglos jorobando a la mayoría de los ciudadanos, ha escogido con premeditación y alevosía la mentira, la trampa, la zancadilla, la conspiración y el insulto como armas políticas, porque primero quedaron dolorosamente sorprendidos por la derrota electoral de 2004, y luego, rabiosos y decididos a reconquistar el poder político al precio que fuera. Bien, tal vez al precio que sea, no, porque aún no han llegado al secuestro o el asesinato ni parece que quieran hacerlo, pero si a otras prácticas que, en la mejor intencionada de las visiones, bordea peligrosamente cierta ilegalidad.
Pero lo que quiero destacar no es la bajeza moral y la falta de escrúpulos de la cúpula dirigente del PP, que es bien conocida, sino la pusilanimidad de la inmensa mayoría de periodistas en activo de este país que confunden día tras día el culo con las témporas, es decir, la honradez democrática en las tareas de informar con una falsa y nefasta equidistancia que oculta parte de la verdad informativa.
No es más democrático repartir culpas entre dos partidos opuestos sin datos ni documentación. No es más democrático y objetivo permitir que los portavoces de los partidos políticos se vayan de rositas sin repreguntar cuando no contestan -¡ni de lejos!- a lo que se les pregunta. No es más democrático en las tareas informativas permitir que la fauna de portavoces políticos digan lo que les dé la gana, porque así perjudican (o tal creen) al adversario político. No es más democrático el periodista que permite que portavoces políticos respondan con falsedades de las que, cuanto menos, se tienen indicios de que lo son. Y tampoco es más democrático sumarse al necio coro que descalifica a “los políticos” en general, sin concretar, sin dar nombres y apellidos que asuman la descalificación de que se trate, porque eso no es más que un rebuzno de impotencia y, además, no responde a la verdad informativa objetiva.
Lo periodistas de este tiempo parecen haber olvidado que los políticos son ni más ni menos que los representantes de los ciudadanos, cuyo poder político han recibido de ellos, pero no son los dueños del mismo. Verdades sencillas que hay que recordar un día y otro para que nuestro sistema democrático no se parezca cada vez más un circo. Tal vez el decepcionante espectáculo de la práctica periodística actual no sólo se explique porque las empresas informativas tienen a sus profesionales bien agarrados, sino que los pueden tener porque hay lo que el viejo Marx denominaba “un ejército industrial de reserva” que permite diluir o aguachinar cualquier tipo de reivindicación laboral o profesional en el periodismo. Dicho en plata: hay una enorme legión de candidatos para sustituir a los que ahora ocupan puestos de trabajo en las empresas periodísticas incluso por menos salario.
Lo que es cierto más allá de cualquier duda razonable, es que el periodismo de hoy suele ser pacato, indocumentado y muy incompleto, anclado en patéticas prácticas de falsa equidistancia. Y no hay equidistancia posible entre la democracia y la utilización torticera de la misma. ¿Como es posible que algunos medios publiquen falsedades manifiestas un día y otro y no haya la menor reacción en el gremio informativo? Nada que ver con el periodismo de los años de la Transición, entonces a riesgo de causas judiciales, consejos de guerra, amenazas reales de la extrema derecha y otras lindezas similares. Y esto no es una batallita del abuelo Cebolleta: ocurrió así y no ocurre hoy.
jueves, 8 de febrero de 2007
El desprecio como arma política
De estos días pasados he guardado dos noticias que me han impresionado, no por desconocidas sino por lo que significan. Según UNICEF, dos millones de niñas sufren anualmente mutilación genital. Una bárbara costumbre amparada en la tradición y las creencias religiosas, pero en realidad, un modo de control de la rica sexualidad femenina. La mutilación se practica en 28 países africanos y, desde que la inmigración cambió el color de Europa y EEUU, también se practica en el desarrollado Norte.
La otra noticia es el reconocimiento por una conferencia internacional celebrada en París de la existencia de más de un cuarto de millón de niños y niñas soldado; sobre todo en África, pero también en algunos países de Asia, Haití y Colombia. A destacar que las niñas son utilizadas tanto para matar al enemigo como esclavas sexuales de los jefes. Un infierno.
Más allá de que este mundo continúa teniendo un sello indeleblemente machista (a los hechos me remito y no son pocos), la cuestión es ¿qué respeto merecen nuestros civilizados países desarrollados y democráticos cuando permiten algo así? Tal vez no sean cómplices necesarios, pero sí encubridores. No se trata de caer en el discurso lacrimógeno y santurrón sobre los niños débiles y todo eso. Los niños pueden ser tremendos, y los que tenemos hijos lo sabemos, pero sus derechos han de ser respetados más –si cabe- que los de los adultos. A rajatabla. O se joroba algo de por vida y, además, se les convierte en fuentes de futuros problemas que harán sufrir a terceros. Pero, saben, no veo decisión política ni voluntad de meterle mano a esos gravísimos problemas, más bien cubrir el expediente, cuando alguien osa mover ficha.
Siempre que se enfoca algo grave y la respuesta de los políticos profesionales (a quienes hemos entregado el poder por delegación) es algo así como: “es una cuestión muy compleja”, sé que no se va a hacer nada en serio. A algunos poderosos países ricos y democráticos no les tiembla un párpado para invadir un país si consideran que esconde terroríficas armas de destrucción masiva, por ejemplo. Pero el dolor y el sufrimiento masivos, la salvajada institucionalizada, no mueven un carajo. Por supuesto, no propongo salidas bélicas a esos problemas de violación masiva de derechos humanos, pero sí decisión real y concreta de hacerles frente.
En estos casos, los pretendidos líderes mundiales, los políticos profesionales y demás faunos ofrecen un muestrario de su pusilanimidad, falta de coraje, notable hipocresía y mendacidad. Claro que hay líderes, políticos profesionales y faunos similares, válidos, esforzados y honrados, pero tengo la impresión de que no son demasiados. Propongo demostrar desde ahora el poco respeto que nos merecen los otros políticos y que lo hagamos con energía, con humor, con contundencia y con imaginación. Porque lo grande del caso es que esos otros políticos, presuntos líderes, etc., encima quieren que los consideremos respetables y honorables, y hasta ahí podríamos llegar.
Ya les diré lo que se me ocurra para hacerles llegar a esos caballeros (suele haber abrumadora mayoría de varones) nuestro olímpico desprecio. Y no olviden que se puede despreciar sin perder las buenas formas ni los modales.
La otra noticia es el reconocimiento por una conferencia internacional celebrada en París de la existencia de más de un cuarto de millón de niños y niñas soldado; sobre todo en África, pero también en algunos países de Asia, Haití y Colombia. A destacar que las niñas son utilizadas tanto para matar al enemigo como esclavas sexuales de los jefes. Un infierno.
Más allá de que este mundo continúa teniendo un sello indeleblemente machista (a los hechos me remito y no son pocos), la cuestión es ¿qué respeto merecen nuestros civilizados países desarrollados y democráticos cuando permiten algo así? Tal vez no sean cómplices necesarios, pero sí encubridores. No se trata de caer en el discurso lacrimógeno y santurrón sobre los niños débiles y todo eso. Los niños pueden ser tremendos, y los que tenemos hijos lo sabemos, pero sus derechos han de ser respetados más –si cabe- que los de los adultos. A rajatabla. O se joroba algo de por vida y, además, se les convierte en fuentes de futuros problemas que harán sufrir a terceros. Pero, saben, no veo decisión política ni voluntad de meterle mano a esos gravísimos problemas, más bien cubrir el expediente, cuando alguien osa mover ficha.
Siempre que se enfoca algo grave y la respuesta de los políticos profesionales (a quienes hemos entregado el poder por delegación) es algo así como: “es una cuestión muy compleja”, sé que no se va a hacer nada en serio. A algunos poderosos países ricos y democráticos no les tiembla un párpado para invadir un país si consideran que esconde terroríficas armas de destrucción masiva, por ejemplo. Pero el dolor y el sufrimiento masivos, la salvajada institucionalizada, no mueven un carajo. Por supuesto, no propongo salidas bélicas a esos problemas de violación masiva de derechos humanos, pero sí decisión real y concreta de hacerles frente.
En estos casos, los pretendidos líderes mundiales, los políticos profesionales y demás faunos ofrecen un muestrario de su pusilanimidad, falta de coraje, notable hipocresía y mendacidad. Claro que hay líderes, políticos profesionales y faunos similares, válidos, esforzados y honrados, pero tengo la impresión de que no son demasiados. Propongo demostrar desde ahora el poco respeto que nos merecen los otros políticos y que lo hagamos con energía, con humor, con contundencia y con imaginación. Porque lo grande del caso es que esos otros políticos, presuntos líderes, etc., encima quieren que los consideremos respetables y honorables, y hasta ahí podríamos llegar.
Ya les diré lo que se me ocurra para hacerles llegar a esos caballeros (suele haber abrumadora mayoría de varones) nuestro olímpico desprecio. Y no olviden que se puede despreciar sin perder las buenas formas ni los modales.
martes, 6 de febrero de 2007
La revolución de ser ciudadanos
Recibo algunos correos electrónicos de mis más jóvenes -y entusiastas- amigas o compañeras. Me convocan a no utilizar el teléfono móvil durante el día de hoy. Me parece bien. El texto que me envían para convencerme argumenta que debemos hacer saber a las compañías de teléfonos celulares que, con nuestra acción de apagón, los usuarios demostramos merecer más respeto o algo así. Continúa pareciéndome bien, pero hay un matiz que quiero señalar. Y es que me considero ciudadano antes que consumidor o usuario. Consumidor y usuario son categorías que arrancan de nuestra condición de clientes de lo que sea, pero entiendo que son categoría menor que la de ciudadano.
Esas fervorosas convocatorias yerran algo de raíz. La fuente de todos nuestros derechos (incluido el que las compañías telefónicas no nos asalten por los caminos en cuanto se les tuercen las cuentas) es nuestra condición de ciudadanos. Lo descubrieron y pelearon por ello los franceses revolucionarios de finales del siglo XVIII, mejor que los revolucionarios norteamericanos (que lo fueron) de las antiguas colonias de Nueva Inglaterra, que de algún modo ligaban los derechos a la condición de hijos de Dios. La mayor revolución ha sido la francesa. Reivindicar nuestra ciudadanía, los derechos inalienables e irrenunciables que comporta, es mucho más importante que rebajarnos a usuarios o consumidores. Continúa siendo revolucionario.
Por desgracia (y no hay que ir a los países empobrecidos, antaño Tercer Mundo, para comprobarlo), ser considerado y respetado como ciudadano continúa siendo un objetivo no alcanzado. A las compañías telefónicas, energéticas, farmacéuticas, mineras, armamentistas o las que sean, hemos de recordarles que somos ciudadanos y que nuestras exigencias (sí, digo bien, exigencias) están por encima de sus cálculos de mercado y cuentas de resultados. Por esa razón, por ejemplo, el sistema de patentes de medicamentos es una barbaridad inaceptable (tal como está concebido y se practica)… Y tantas otras cuestiones que afectan a derechos, vida y bienestar.
¡Qué ingenuo! Me parece oír de más de un listo tras leer las líneas anteriores. Tal vez algo ingenuo, pero ni miserable ni hipócrita. Déjenme que les plantee un dilema sencillo: la Declaración Universal de Derechos Humanos ¿está vigente o es un espejismo de cara a la galería? No puede haber términos medios. Léanla con atención, con cariño y verán lo que supone. Les proporciono uno de los muchos enlaces posibles para acceder a ella, por si no la tienen a mano, para que la lean con calma y alma: www.filosofia.org/cod/c1948dhu.htm
Como decía el personaje interpretado por Federico Luppi en el filme de Aristaráin “Lugares comunes” (un profesor condenado a la lucidez) “yo me quedo en mil siete 89” (año del inicio de la Revolución Francesa, la que conquistó los derechos humanos). Y ¿saben por qué? Porque, lamentablemente, el imperio de los derechos humanos aún es un objetivo estratégico. Un fin a conseguir.
Esas fervorosas convocatorias yerran algo de raíz. La fuente de todos nuestros derechos (incluido el que las compañías telefónicas no nos asalten por los caminos en cuanto se les tuercen las cuentas) es nuestra condición de ciudadanos. Lo descubrieron y pelearon por ello los franceses revolucionarios de finales del siglo XVIII, mejor que los revolucionarios norteamericanos (que lo fueron) de las antiguas colonias de Nueva Inglaterra, que de algún modo ligaban los derechos a la condición de hijos de Dios. La mayor revolución ha sido la francesa. Reivindicar nuestra ciudadanía, los derechos inalienables e irrenunciables que comporta, es mucho más importante que rebajarnos a usuarios o consumidores. Continúa siendo revolucionario.
Por desgracia (y no hay que ir a los países empobrecidos, antaño Tercer Mundo, para comprobarlo), ser considerado y respetado como ciudadano continúa siendo un objetivo no alcanzado. A las compañías telefónicas, energéticas, farmacéuticas, mineras, armamentistas o las que sean, hemos de recordarles que somos ciudadanos y que nuestras exigencias (sí, digo bien, exigencias) están por encima de sus cálculos de mercado y cuentas de resultados. Por esa razón, por ejemplo, el sistema de patentes de medicamentos es una barbaridad inaceptable (tal como está concebido y se practica)… Y tantas otras cuestiones que afectan a derechos, vida y bienestar.
¡Qué ingenuo! Me parece oír de más de un listo tras leer las líneas anteriores. Tal vez algo ingenuo, pero ni miserable ni hipócrita. Déjenme que les plantee un dilema sencillo: la Declaración Universal de Derechos Humanos ¿está vigente o es un espejismo de cara a la galería? No puede haber términos medios. Léanla con atención, con cariño y verán lo que supone. Les proporciono uno de los muchos enlaces posibles para acceder a ella, por si no la tienen a mano, para que la lean con calma y alma: www.filosofia.org/cod/c1948dhu.htm
Como decía el personaje interpretado por Federico Luppi en el filme de Aristaráin “Lugares comunes” (un profesor condenado a la lucidez) “yo me quedo en mil siete 89” (año del inicio de la Revolución Francesa, la que conquistó los derechos humanos). Y ¿saben por qué? Porque, lamentablemente, el imperio de los derechos humanos aún es un objetivo estratégico. Un fin a conseguir.
domingo, 4 de febrero de 2007
Error matemático
No quería hablar de ello, de verdad que no. Ayer, sábado 3 de febrero, hubo una manifestación en Madrid (¡sufrido Madrid que soporta manifestaciones y obras faraónicas!). La convocaban varias asociaciones y el PP contra la negociación con ETA. Nada que objetar: el desacuerdo en democracia es normal, en el supuesto de que este escribidor fuera forofo de la negociación, que no, pero que no la descarta. Lo reseñable fue que, a pesar de la voluntad expresa de las asociaciones convocantes de no pronunciarse contra el gobierno, hubo quienes sí lo hicieron, con mala leche y mala educación. No pretendo defender a este gobierno, es más, no creo que haya gobierno que deba ser defendido por un simple ciudadano de a pie. Ya tienen ellos –los gobiernos- suficientes medios, poder y herramientas para hacerlo.
La cuestión es que hace unas semanas se manifestaron tantos ciudadanos como los de ayer (diez mil arriba, diez mil abajo) simplemente contra el terrorismo y por la paz, sin entrar en otras cuestiones, pero los únicos gritos contra algo –y en tono festivo- fueron contra Telemadrid, famosa emisora de televisión autonómica que no es que sea correa de transmisión del gobierno ‘popular’ de Esperanza Aguirre sino un auténtico piñón fijo. Televisión también famosa por sus mendacidades, su capacidad de distorsionar lo evidente y de ponerse el mundo por montera.
A ese respecto, la otra cuestión a destacar es que la propia Comunidad de Madrid salió a la palestra (apenas media hora después de iniciarse la manifestación) para proclamar la buena nueva de que se habían manifestado contra la negociación ¡un millón y medio de ciudadanos! La delegación del gobierno de Madrid (que suele hacer cálculos más matemáticos y no de política ficción) indicó que los manifestantes eran 181.000.
No se trata ahora de dilucidar si hay que negociar o no con los bárbaros descerebrados de ETA. Quiero llamarles la atención sobre el bonito error matemático de la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre, a pesar de la sencillez del cálculo de los asistentes a una concentración humana. Es un problema de geometría y aritmética elementales. Primero se calcula la base por la altura de las rectangulares calles llenas de manifestantes o de las circulares plazas y se obtienen los metros cuadrados ocupables; luego se considera cuantos ciudadanos caben en un metro cuadrado y se barajan diversas variables: que estén algo separados, que puedan bailar sevillanas, que estén juntitos o apretados. A continuación es preciso multiplicar el número de metros cuadrados por los ciudadanos que caben en uno de tales metros en la variable de apretura o densidad considerada y ya tenemos el número total de manifestantes.
En el caso del dato facilitado por la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre, uno debería concluir que la apretura de ciudadanos manifestantes por metro cuadrado debía ser cuanto menos pornográfica; es decir, debían ir todos desnudos (para que la ropa no impidera ocupar superficie apretadamente) y todos absolutamente pegados unos a otros para que cupieran más. Eso o que quien hizo los cálculos indicados antes sepa tanta geometría simple y aritmética elemental como literatura doña Esperanza, que creía que el portugués premio Nobel José Saramago es una pintora (Sara Mago, ¿lo pillan?).
Posiblemente sea el mismo que calcula el volumen de gas utilizado para calefacción en el palacete familiar de doña Esperanza, y sus errores aritméticos son la causa de las enormes facturas de gas que hacen que doña Esperanza llegue a fin de mes con dificultad, según confesó semanas atrás para regocijo de guionistas de programas humorísticos de televisión.
La cuestión es que hace unas semanas se manifestaron tantos ciudadanos como los de ayer (diez mil arriba, diez mil abajo) simplemente contra el terrorismo y por la paz, sin entrar en otras cuestiones, pero los únicos gritos contra algo –y en tono festivo- fueron contra Telemadrid, famosa emisora de televisión autonómica que no es que sea correa de transmisión del gobierno ‘popular’ de Esperanza Aguirre sino un auténtico piñón fijo. Televisión también famosa por sus mendacidades, su capacidad de distorsionar lo evidente y de ponerse el mundo por montera.
A ese respecto, la otra cuestión a destacar es que la propia Comunidad de Madrid salió a la palestra (apenas media hora después de iniciarse la manifestación) para proclamar la buena nueva de que se habían manifestado contra la negociación ¡un millón y medio de ciudadanos! La delegación del gobierno de Madrid (que suele hacer cálculos más matemáticos y no de política ficción) indicó que los manifestantes eran 181.000.
No se trata ahora de dilucidar si hay que negociar o no con los bárbaros descerebrados de ETA. Quiero llamarles la atención sobre el bonito error matemático de la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre, a pesar de la sencillez del cálculo de los asistentes a una concentración humana. Es un problema de geometría y aritmética elementales. Primero se calcula la base por la altura de las rectangulares calles llenas de manifestantes o de las circulares plazas y se obtienen los metros cuadrados ocupables; luego se considera cuantos ciudadanos caben en un metro cuadrado y se barajan diversas variables: que estén algo separados, que puedan bailar sevillanas, que estén juntitos o apretados. A continuación es preciso multiplicar el número de metros cuadrados por los ciudadanos que caben en uno de tales metros en la variable de apretura o densidad considerada y ya tenemos el número total de manifestantes.
En el caso del dato facilitado por la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre, uno debería concluir que la apretura de ciudadanos manifestantes por metro cuadrado debía ser cuanto menos pornográfica; es decir, debían ir todos desnudos (para que la ropa no impidera ocupar superficie apretadamente) y todos absolutamente pegados unos a otros para que cupieran más. Eso o que quien hizo los cálculos indicados antes sepa tanta geometría simple y aritmética elemental como literatura doña Esperanza, que creía que el portugués premio Nobel José Saramago es una pintora (Sara Mago, ¿lo pillan?).
Posiblemente sea el mismo que calcula el volumen de gas utilizado para calefacción en el palacete familiar de doña Esperanza, y sus errores aritméticos son la causa de las enormes facturas de gas que hacen que doña Esperanza llegue a fin de mes con dificultad, según confesó semanas atrás para regocijo de guionistas de programas humorísticos de televisión.
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