En un periódico leo la carta de una lectora que se queja de que desde días antes del juicio a los acusados por el atroz atentado del 11 de marzo en Madrid, las televisiones ofrezcan una y otra vez las tremendas imágenes de los trenes explosionados, del horror y de la tremenda desorientación de los supervivientes en la primera hora tras el atentado. Esas imágenes han ocupado -unos días u otros por uno u otro motivo- un espacio de las pantallas de televisores durante tres años, desde aquel día fatídico. Entre los motivos de la aparición reiterada de esas imágenes, cabe destacar el hallazgo de cualquier indicio sobre la investigación del atentado o la paranoia casi delictiva de cierto diario empecinado en ver extrañas y maquiavélicas conspiraciones donde sólo hubo una sana e higiéncia reacción de la mayoría del electorado español que envió a freír monas (políticamente hablando) al entonces gobernante Partido Popular.
La lectora se queja de que todos los esfuerzos que han hecho, (y aún han de hacer) las casi mil novecientas víctimas heridas (más sus familiares y allegados y los de las víctimas mortales), durante estos treinta y tantos meses para olvidar el horror, se han ido al garete por la insistencia en repetir una y otra vez esas imágenes. Creo que tiene bastante razón.
En el periodismo ejerciente en este país (y me temo que en otros), la creciente globalización neoliberal -que dios confunda- ha convertido las empresas periodísticas (que sobre todo deberían informar), en almonedas que 'venden' noticias, que no es lo mismo. Y, como el motor es lo comercial, los criterios éticos y otros de rango parecido se han ido por el agujero del retrete. Sólo así, por ejemplo, se entiende que en noticiarios televisivos varios, presuntamente formales y serios, se dé cabida a retazos y coletazos de los abundantes y muy lamentables programas de telebasura, por ejemplo. Sólo así se entiende que la búsqueda de la verdad informativa brille por su ausencia, en aras de torpes y groseras servidumbres. Sólo así se entiende, (¡panes et circenses!) que las superficialidades y necedades del tiempo televisivo dedicado al deporte-rey sea un tonto ejercicio de no decir nada o necedades que cuentan liturgias futbolísticas que aburren a las ovejas. Sólo así se entiende (¿o hay otras razones?) que en la cadena radiofónica propiedad de la comunidad de los obispos católicos españoles, éstos permitan que continúe haciendo un nauseabundo programa radiofónico un sujeto impresentables que ha hecho del insulto, de la injuria y de la mentira su bandera. Etcétera.
Son malos tiempos para la verdad, pues si todo es mercado, todo puede ser vendido y comprado, y no hay otras leyes que las del mercado. En esa situación, la búsqueda de la verdad y la satisfacción del derecho de los ciudadanos a ser informados, quedan seriamente malparados, porque eso no suele dar dividendos. Pero el respeto a los derechos humanos no tiene por qué ser rentable, sólo es respeto. Y uno de esos derechos es el derecho a la información.
Lo dicho, malos tiempos para la lírica. Pero, por favor, nos gustaría que no insultaran nuestra inteligencia, y también, que dejaran de contarnos cuentos chinos para justificar y maquillar este mundo desigual e injusto, pero, paradójicamente, el más desarollado y estable economicamernte de los últimos tiempos. Amén.
viernes, 16 de febrero de 2007
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