De estos días pasados he guardado dos noticias que me han impresionado, no por desconocidas sino por lo que significan. Según UNICEF, dos millones de niñas sufren anualmente mutilación genital. Una bárbara costumbre amparada en la tradición y las creencias religiosas, pero en realidad, un modo de control de la rica sexualidad femenina. La mutilación se practica en 28 países africanos y, desde que la inmigración cambió el color de Europa y EEUU, también se practica en el desarrollado Norte.
La otra noticia es el reconocimiento por una conferencia internacional celebrada en París de la existencia de más de un cuarto de millón de niños y niñas soldado; sobre todo en África, pero también en algunos países de Asia, Haití y Colombia. A destacar que las niñas son utilizadas tanto para matar al enemigo como esclavas sexuales de los jefes. Un infierno.
Más allá de que este mundo continúa teniendo un sello indeleblemente machista (a los hechos me remito y no son pocos), la cuestión es ¿qué respeto merecen nuestros civilizados países desarrollados y democráticos cuando permiten algo así? Tal vez no sean cómplices necesarios, pero sí encubridores. No se trata de caer en el discurso lacrimógeno y santurrón sobre los niños débiles y todo eso. Los niños pueden ser tremendos, y los que tenemos hijos lo sabemos, pero sus derechos han de ser respetados más –si cabe- que los de los adultos. A rajatabla. O se joroba algo de por vida y, además, se les convierte en fuentes de futuros problemas que harán sufrir a terceros. Pero, saben, no veo decisión política ni voluntad de meterle mano a esos gravísimos problemas, más bien cubrir el expediente, cuando alguien osa mover ficha.
Siempre que se enfoca algo grave y la respuesta de los políticos profesionales (a quienes hemos entregado el poder por delegación) es algo así como: “es una cuestión muy compleja”, sé que no se va a hacer nada en serio. A algunos poderosos países ricos y democráticos no les tiembla un párpado para invadir un país si consideran que esconde terroríficas armas de destrucción masiva, por ejemplo. Pero el dolor y el sufrimiento masivos, la salvajada institucionalizada, no mueven un carajo. Por supuesto, no propongo salidas bélicas a esos problemas de violación masiva de derechos humanos, pero sí decisión real y concreta de hacerles frente.
En estos casos, los pretendidos líderes mundiales, los políticos profesionales y demás faunos ofrecen un muestrario de su pusilanimidad, falta de coraje, notable hipocresía y mendacidad. Claro que hay líderes, políticos profesionales y faunos similares, válidos, esforzados y honrados, pero tengo la impresión de que no son demasiados. Propongo demostrar desde ahora el poco respeto que nos merecen los otros políticos y que lo hagamos con energía, con humor, con contundencia y con imaginación. Porque lo grande del caso es que esos otros políticos, presuntos líderes, etc., encima quieren que los consideremos respetables y honorables, y hasta ahí podríamos llegar.
Ya les diré lo que se me ocurra para hacerles llegar a esos caballeros (suele haber abrumadora mayoría de varones) nuestro olímpico desprecio. Y no olviden que se puede despreciar sin perder las buenas formas ni los modales.
jueves, 8 de febrero de 2007
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