Leo en un periódico: “El clima de crispación política que se respira en Madrid, fruto de un enfrentamiento entre el PSOE y el PP…” y sigue el texto, pero quiero que se fijen en esa frase y en la mendacidad que supone. Vaya por delante, una vez más, que ni siquiera soy votante del PSOE y que, como ciudadano que no pasa de la política -porque la política nunca pasa de nosotros y de nuestra suerte- tengo una lista bastante crecida de desacuerdos –algunos muy serios- con lo que hace y se propone hacer el PSOE, pero a uno lo educaron en el respeto a la verdad y de ahí mi protesta. ¡Qué antiguo! ¿Verdad?
El caso es que la frase reseñada cuanto menos es incorrecta como expresión veraz de una realidad. Dice la frase que la crispación política es consecuencia de una causa: el enfrentamiento entre los dos grandes partidos. Y ese es un evidente error: la citada crispación es una consecuencia querida y buscada por la táctica concreta elegida por los dirigentes del Partido Popular. Ese partido, que encarna y defiende los intereses de la peor derecha española, la que lleva dos siglos jorobando a la mayoría de los ciudadanos, ha escogido con premeditación y alevosía la mentira, la trampa, la zancadilla, la conspiración y el insulto como armas políticas, porque primero quedaron dolorosamente sorprendidos por la derrota electoral de 2004, y luego, rabiosos y decididos a reconquistar el poder político al precio que fuera. Bien, tal vez al precio que sea, no, porque aún no han llegado al secuestro o el asesinato ni parece que quieran hacerlo, pero si a otras prácticas que, en la mejor intencionada de las visiones, bordea peligrosamente cierta ilegalidad.
Pero lo que quiero destacar no es la bajeza moral y la falta de escrúpulos de la cúpula dirigente del PP, que es bien conocida, sino la pusilanimidad de la inmensa mayoría de periodistas en activo de este país que confunden día tras día el culo con las témporas, es decir, la honradez democrática en las tareas de informar con una falsa y nefasta equidistancia que oculta parte de la verdad informativa.
No es más democrático repartir culpas entre dos partidos opuestos sin datos ni documentación. No es más democrático y objetivo permitir que los portavoces de los partidos políticos se vayan de rositas sin repreguntar cuando no contestan -¡ni de lejos!- a lo que se les pregunta. No es más democrático en las tareas informativas permitir que la fauna de portavoces políticos digan lo que les dé la gana, porque así perjudican (o tal creen) al adversario político. No es más democrático el periodista que permite que portavoces políticos respondan con falsedades de las que, cuanto menos, se tienen indicios de que lo son. Y tampoco es más democrático sumarse al necio coro que descalifica a “los políticos” en general, sin concretar, sin dar nombres y apellidos que asuman la descalificación de que se trate, porque eso no es más que un rebuzno de impotencia y, además, no responde a la verdad informativa objetiva.
Lo periodistas de este tiempo parecen haber olvidado que los políticos son ni más ni menos que los representantes de los ciudadanos, cuyo poder político han recibido de ellos, pero no son los dueños del mismo. Verdades sencillas que hay que recordar un día y otro para que nuestro sistema democrático no se parezca cada vez más un circo. Tal vez el decepcionante espectáculo de la práctica periodística actual no sólo se explique porque las empresas informativas tienen a sus profesionales bien agarrados, sino que los pueden tener porque hay lo que el viejo Marx denominaba “un ejército industrial de reserva” que permite diluir o aguachinar cualquier tipo de reivindicación laboral o profesional en el periodismo. Dicho en plata: hay una enorme legión de candidatos para sustituir a los que ahora ocupan puestos de trabajo en las empresas periodísticas incluso por menos salario.
Lo que es cierto más allá de cualquier duda razonable, es que el periodismo de hoy suele ser pacato, indocumentado y muy incompleto, anclado en patéticas prácticas de falsa equidistancia. Y no hay equidistancia posible entre la democracia y la utilización torticera de la misma. ¿Como es posible que algunos medios publiquen falsedades manifiestas un día y otro y no haya la menor reacción en el gremio informativo? Nada que ver con el periodismo de los años de la Transición, entonces a riesgo de causas judiciales, consejos de guerra, amenazas reales de la extrema derecha y otras lindezas similares. Y esto no es una batallita del abuelo Cebolleta: ocurrió así y no ocurre hoy.
lunes, 12 de febrero de 2007
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