martes, 6 de febrero de 2007

La revolución de ser ciudadanos

Recibo algunos correos electrónicos de mis más jóvenes -y entusiastas- amigas o compañeras. Me convocan a no utilizar el teléfono móvil durante el día de hoy. Me parece bien. El texto que me envían para convencerme argumenta que debemos hacer saber a las compañías de teléfonos celulares que, con nuestra acción de apagón, los usuarios demostramos merecer más respeto o algo así. Continúa pareciéndome bien, pero hay un matiz que quiero señalar. Y es que me considero ciudadano antes que consumidor o usuario. Consumidor y usuario son categorías que arrancan de nuestra condición de clientes de lo que sea, pero entiendo que son categoría menor que la de ciudadano.

Esas fervorosas convocatorias yerran algo de raíz. La fuente de todos nuestros derechos (incluido el que las compañías telefónicas no nos asalten por los caminos en cuanto se les tuercen las cuentas) es nuestra condición de ciudadanos. Lo descubrieron y pelearon por ello los franceses revolucionarios de finales del siglo XVIII, mejor que los revolucionarios norteamericanos (que lo fueron) de las antiguas colonias de Nueva Inglaterra, que de algún modo ligaban los derechos a la condición de hijos de Dios. La mayor revolución ha sido la francesa. Reivindicar nuestra ciudadanía, los derechos inalienables e irrenunciables que comporta, es mucho más importante que rebajarnos a usuarios o consumidores. Continúa siendo revolucionario.

Por desgracia (y no hay que ir a los países empobrecidos, antaño Tercer Mundo, para comprobarlo), ser considerado y respetado como ciudadano continúa siendo un objetivo no alcanzado. A las compañías telefónicas, energéticas, farmacéuticas, mineras, armamentistas o las que sean, hemos de recordarles que somos ciudadanos y que nuestras exigencias (sí, digo bien, exigencias) están por encima de sus cálculos de mercado y cuentas de resultados. Por esa razón, por ejemplo, el sistema de patentes de medicamentos es una barbaridad inaceptable (tal como está concebido y se practica)… Y tantas otras cuestiones que afectan a derechos, vida y bienestar.

¡Qué ingenuo! Me parece oír de más de un listo tras leer las líneas anteriores. Tal vez algo ingenuo, pero ni miserable ni hipócrita. Déjenme que les plantee un dilema sencillo: la Declaración Universal de Derechos Humanos ¿está vigente o es un espejismo de cara a la galería? No puede haber términos medios. Léanla con atención, con cariño y verán lo que supone. Les proporciono uno de los muchos enlaces posibles para acceder a ella, por si no la tienen a mano, para que la lean con calma y alma: www.filosofia.org/cod/c1948dhu.htm

Como decía el personaje interpretado por Federico Luppi en el filme de Aristaráin “Lugares comunes” (un profesor condenado a la lucidez) “yo me quedo en mil siete 89” (año del inicio de la Revolución Francesa, la que conquistó los derechos humanos). Y ¿saben por qué? Porque, lamentablemente, el imperio de los derechos humanos aún es un objetivo estratégico. Un fin a conseguir.

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