Parece que no hay noticias de África. Acostumbrados a informaciones tremebundas como el genocidio de Ruanda, la inacabable guerra en la región central de los grandes lagos (Congo ex belga y países de alrededor), la tragedia de los niños-soldado, años atrás la guerra de Biafra, antes vaya usted a saber qué, choca esta disiminución de noticias dramáticas, ¿no? Bueno sin noticias del todo, no. Pero parece que sólo ocurren cosas feas en Somalia, donde se enfrentan Etiopía y el gobierno laico provisional somalí contra las milicias de los Tribunales Islámicos, un temible intento islamista de convertir Somalia en el Afganistán de la época talibán. Ah, sí, y Sudán, cuya región de Darfur se ha convertido en el peor infierno de esta Tierra, salvo Irak tal vez, mientras que “la comunidad internacional" (estúpido eufemismo que pretende ocultar responsabilidades) mira hacia otro lado, y el gobierno sudanés musulmán permite o impulsa un genocidio lento, pero seguro, en esa zona. Y, claro, puestos a recordar cosas que pasan, continúan partiendo cayucos de las costas subsaharianas hacia Canarias, tantos que dicen que en 2006 arribaron a esas islas más de 30.000 inmigrantes ilegales, sin contar los 6.000 que no llegaron porque murieron en la travesía. Y no vienen por el efecto llamada, no, sino más bien por el efecto “hambre, violencia, vida-de-mierda”. Lamentablemente éste no es el África plácido y casi “glamuroso” de “las minas del rey Salomón” ni siquiera de “Mogambo” y menos aún de “Memorias de África”.
Tal vez por eso, el maestro John Le Carré continúa muy cabreado con la marcha de África en particular, además de la del mundo en general. Y denuncia a tirios y troyanos con una narrativa subversiva, como en su última novela, La canción de los misioneros, en la que arremete contra la hipocresía de las potencias occidentales en África, como ya hiciera en El jardinero fiel, donde puso a caer de un burro a las grandes corporaciones farmacéuticas transnacionales, que serían capaces de vender a su madre si así aumentaran sus beneficios. Leo la noticia de la nueva novela del maestro de relatos de espías, y recuerdo otra novela, “El caso Sankara”, de reciente lectura. En ella, el autor, un periodista canario comprometido con la suerte de África, utiliza la ficción (¿o no?) para decir cómo piensa que ocurrió el asesinato de Sankara en 1987, mítico líder revolucionario de Alto Volta, antigua colonia francesa en el África Occidental, denominada a partir de su paso por la jefatura de estado Burkina Faso,”tierra de los hombres dignos”. En medio de una narrativa ingenua, el autor aporta un montón de datos, informaciones y sospechas sobre la “acción civilizadora” de Francia en África y los agentes de inteligencia y políticos oscuros que intervinieron en la misma, especialmente bajo la presidencia de François Miterrand, de quien, por cierto, se van sabiendo oscuridades y agujeros negros de su mandato.
Pero los franceses no han sido los únicos que han metido mano de mala manera en África. Por si no lo saben, un informe de la ONU acusó un día no muy lejano a 29 empresas de haber saqueado la República Democrática de Congo y a otras 85 de haber violado las normas de comportamiento empresarial de ética mínima establecidas por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo). Empresas cuyas matrices y sedes centrales, por cierto, están en países desarrollados. El informe se refería al Congo por ser la región africana que ha sufrido lo que la ex secretaria del Departamento de Estado, Madeleine Galbraith, llamó primera guerra mundial africana. Una feroz guerra en la que varios estados africanos (más organizaciones guerrilleras y paramilitares de oscura financiación) se enzarzaron unos contra otros durante años y años. Según la organización estadounidense de derechos humanos Human Rights Watch, la guerra fue por diamantes, oro, cobalto, cobre, estaño, manganeso, tántalo y columbita (mineral estratégico fundamental para móviles, informática y playstation). Una guerra por el control de la riqueza minera. Argumento que también compartía Dimensión Misionera, revista de los católicos Misioneros de la Consolata, que trabajan en África desde hace tiempo.
Y en África, los diamantes continúan siendo la maldición de Sierra Leona. Financiaron una guerra civil durante 11 años y hoy enriquecen a muy pocos mientras el país se hunde en obscena miseria. En Angola, los diamantes alimentaron otra guerra civil, pero ésta duró 27 años, en tanto destrozaba uno de los países más ricos de África. El país fue regado de minas antipersonas y hoy hay más de esos ingenios enterrados que habitantes. En la guerra civil angoleña, unos cuantos hicieron el gran negocio cambiando armas por piedras preciosas. Ah, y en África, continúa imparable el sida que no cesa, en tanto que las grandes compañías farmacéuticas internacionales se forran año tras año, pero se niegan a liberar patentes que podrían salvar miles y miles, millones de vidas, como ocurre en Europa y en EEUU con los combinados retrovirales. Por no hablar de la malaria, que también mata a millones. Por cierto, si la malaria afectará a los países ricos habría una vacuna eficaz desde hace décadas. Con la malaria ocurre como decían las feministas hace tiempo, que si los varones (seres humanos de sexo masculino) quedaran embarazados, el aborto sería un sacramento.
Por suerte se corre el Lisboa-Dakar para que no todas las noticias de África sean tan negras (¿lo pillan?) y, para mayor fortuna, parece que Carlos Sainz ha dejado atrás su gafe y lleva una buena posición en la carrera. El que no se consuela es porque no quiere.
miércoles, 10 de enero de 2007
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