Como todas las mañanas, navego por algunos medios informativos digitales. Mi francés algo enmohecido me permite consultar “Le Monde” y enterarme de que el presidente francés, monsieur Jacques Chirac, ha pedido a su Gobierno que en las próximas semanas actúe para que el derecho a la vivienda sea real. Ordena Chirac que el ejecutivo "instaure un verdadero derecho a una vivienda tangible". Y el redactor de la noticia añade que “en Francia, el derecho a la vivienda es teórico” (¿no me digas?) y que, realizada la petición presidencial, “una persona que no pueda conseguir una vivienda podrá recurrir ante de los tribunales”.
Lo he leído dos veces. Anoche bebí unas copas de cava, pero sin excederme (uno ya tiene una edad) para impetrar que el 2007 sea algo mejor que el 2006 (lo que no ha de ser muy difícil), ergo no podía ser una alucinación etílica tardía. Pero lo más paradójico es que el señor Chirac (cuya trayectoria política alberga alguna zona oscura que otra) no es precisamente un revolucionario, ni siquiera de la denominada izquierda moderada, sino un conservador francés.
Tal vez la paradoja francesa sea algo más que el hecho de que en un país donde se consume mucha grasa haya un bajo índice de patologías y accidentes cardiovasculares gracias a la ingesta de buen vino tinto, como explicaba un sorprendido documental estadounidense sobre esa cuestión sanitaria. Quizás el hecho de que la Ilustración, el Enciclopedismo y luego la Revolución Francesa (madre de la democracia en Europa) fueran franceses obliga en política más allá del partidismo. Vaya usted a saber. El caso es que, si monsieur Chirac no nos engaña, Francia se adelantará para que un derecho humano y constitucional (tanto allá como aquí), como el derecho a una vivienda digna, sea tangible, recurrible ante los tribunales y, por tanto, respetable de verdad.
¿Se imaginan eso mismo en España? ¿Conciben ustedes que los cientos y cientos de miles de jóvenes que han de retrasar el organizar su propia vida familiar (por no alcanzar ni locos con sus contratos temporales y sus migrados salarios para pagar los inmorales precios de los pisos) pudieran recurrir a los tribunales, porque se les impide ejercer un derecho constitucional? Y que los tribunales hicieran cumplir el disfrute de ese derecho. ¿Cuántos hara kiri habría en la codiciosa y casposa clase inmobiliaria y entre sus corruptos cómplices enquistados en la política municipal y autonómica?
Hace unos meses, un grupo de jóvenes de ambos sexos (de Barcelona o tal vez de Barcelona y Madrid) iniciaron un movimiento de reivindicación de viviendas dignas cuyo abono no les hipotecara de por vida (y no es una metáfora). Parece un movimiento sólido, pero lento. La primera manifestación en Madrid apenas congregó a un millar escaso de jóvenes en la Puerta del Sol, pero sucesivas convocatorias incrementaron el número de participantes en diversas ciudades españolas. Menos mal, porque era una especie de vergüenza nacional que jóvenes majaderos fueran capaces de auto convocarse en masa en varias ciudades para reivindicar y perpetrar el estúpido y nefasto “botellón”, pero no para exigir que se respeten sus derechos. Quizás no este todo perdido.
Pero lo que conviene remachar, a propósito de esa noticia francesa, es que en la exigencia de nuestros derechos como ciudadanos (que no sólo figuran en la Declaración Universal de Derechos Humanos, firmada y ratificada por España, sino en la mismísima Constitución tan mentada por tirios y troyanos), no se ha de olvidar el viejo dicho de que “el que no llora, no mama”. Aserto cuya veracidad he comprobado científicamente observando la conducta de mi nieta de un mes y medio de vida. Este sabio refrán se completa con el de “a Dios rogando y con el mazo dando”; y no porque este escribidor sea religioso, (que no, y sí un agnóstico enorme), sino porque acaso sea hora de arremangarnos y comportarnos como ciudadanos adultos y responsables que no súbditos y menos aún siervos de la gleba. Como también se dice en mi tierra de origen, “a casa no t’ho portaran pas”. Qué viene a significar que si no te comprometes y trabajas, las cosas no se hacen solas, porque nadie te trae nada a domicilio (salvo el Corté Inglés, claro, si pagas previamente, pero no el respeto de tus derechos).
Y déjenme que concluya el escrito con otra máxima, que hoy estoy muy refranero: “El no lo tenemos; vayamos por el sí”. ¿Lo pillan?