Ustedes saben y yo también que no pasa día en el que no suceda algún hecho terrible con víctimas mortales, pero no atribuible al destino ni a la incontrolable Naturaleza sino a la maldad y la estupidez humanas. Les hablo de terrorismo. Pero sobre terrorismo hay que utilizar más que nunca la razón y no las emociones, sensaciones ni impresiones, porque, en ausencia de racionalidad, ocurre lo que está pasando. ¿Y qué ocurre? Pues que, paradójicamente, el terrorismo está siendo alimentado por quienes pretenden combatirlo, como el señor Bush y otros de su jaez, tal como señalan con claridad diversos informes de la ONU, dieciséis agencias de inteligencia estadounidenses, la CIA, el Senado de EEUU, etc. Sobre todo si tenemos en cuenta que el mayor foco de tensión y de motivación terrorista es actualmente la guerra de Irak, en la que la responsabilidad del Gobierno de los EEUU como actor principal es evidente. Y es obvio también que la guerra contra el terrorismo no ha servido tanto para vencer a los terroristas (en este momento parece que, con suerte, estamos en tablas) como para recortar hasta extremos muy preocupantes los derechos de los ciudadanos por parte de quienes dicen combatir el terrorismo, así como para incorporar modos y modales autoritarios de gobernar en países con constituciones democráticas. En Gran Bretaña, por ejemplo (con cierta tradición de recortar el disfrute de los derechos humanos en el escenario del prolongado conflicto de Irlanda del Norte), al señor Blair no le ha temblado ni un párpado para recortar un poco más los derechos de los ciudadanos del reino Unido con la lucha antiterrorista como telón de fondo. Recuerden que llegaron a disparar primero y preguntar después, como ocurrió con el joven brasileño abatido a tiros tras el atentado del Metro de Londres. Aunque hay más, no de tiros por suerte sino de recorte de derechos cívicos.
Una muestra clara a la par que insoportable de lo dicho sobre enviar al garete los derechos humanos es la ratificación del horror a que someten a los presos de Guantánamo. Algo tan escalofriante como fuente de atroz vergüenza ajena. Agentes del FBI han sido testigos de las torturas infligidas por miembros de la CIA a sospechosos de ser terroristas islámicos en Guantánamo y no cabe la menor duda sobre la veracidad de esos testimonios, aceptados en EEUU. Los del FBI presenciaron una humillación y degradación inflingidas hasta límites insospechados en un país democrático. Las torturas a un ser humano (e incluso a un animal, todo hay que decirlo) son fidedigna expresión de una de las mayores indignidades en que puede caer otro ser humano, el que tortura, así como quien ordena o consiente la tortura. Que en este caso, a su vez, es fruto de la guerra contra el terror que propone Bush. Una guerra planteada de modo tan insensato como ineficaz.
Bush y otros mandatarios, así como sus cómplices necesarios en la ejecución de sus barbaridades y majaderías altamente peligrosas, han olvidado (o tal vez nunca lo han sabido) lo que declaró Charles Swift, capitán de corbeta del cuerpo jurídico de la Marina de EEUU, que actuó como abogado defensor del chófer de Bin Laden, preso en Guantánamo: "Si nuestros adversarios nos obligan a no seguir las reglas, perdemos lo que somos. Somos los buenos; seguimos las normas. Los malos son aquellos contra los que peleamos. Y lo demostramos cada día que seguimos esas normas, hagan lo que ellos hagan. Eso es lo que nos diferencia, lo que nos hace grandes y lo que nos hace invencibles". Tal vez el lenguaje les pueda sonar ingenuo con eso de buenos y malos, pero el señor Swift tiene más razón que todos los santos juntos. Le cabe a este capitán jurídico de la Marina, además, haber conseguido que el Tribunal Supremo de EEUU obligue a Bush a tratar a los presos de Guantánamo como prisioneros de guerra, según la Convención de Ginebra. Swift dijo también ante el tribunal, “Bush ha asumido poderes como el rey Jorge III de Inglaterra, quien decía: 'yo, y no los tribunales de Inglaterra, decido qué es delito. A eso le llamamos tiranía".
Y hacia eso, hacia cierta clase de tiranía, nos encaminamos. Ante este panorama, lo primero que hay que hacer es reconocer que las cosas están así, que sufrimos una peligrosa deriva hacia el autoritarismo. Y después ¿qué? Después hemos de tomar conciencia de que somos ciudadanos, no súbditos ni siervos protegidos. Si así lo hacemos, si somos y actuamos como ciudadanos, el autoritarismo dejará de ser.
lunes, 8 de enero de 2007
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