viernes, 8 de diciembre de 2006

Cuando los sinvergüenzas lavan más blanco

Leo en “El Periódico de Cataluña” de hoy que una mayoría de ciudadanos españoles considera que el mundo de las empresas es uno de los más corruptos, corrompidos. Esto refleja una encuesta de la organización “Transparency Internacional” (dedicada a denunciar el fenómeno de la corrupción en todo el mundo) según su Barómetro Global de la Corrupción 2006.
Qué casualidad, hace unos pocos días, les hablaba de uno de los sectores empresariales más corrompidos, corruptos y corruptores en nuestro país de países: el inmobiliario y de la construcción. O sea que los españolitos de a pie parecen tener una percepción ajustada de las cosas, según esos datos de “Transparency”. Y en cuanto a la abundancia de adjetivos calificativos de unas líneas atrás es porque en eso de la corrupción, como en lo de hacer el amor o pelearse, para que existan ha de haber dos que quieran, no sólo uno. En plata: si hay corrompidos es porque hay corruptores.
Pero hay un aspecto de la corrupción sobre el que se pasa de puntillas. ¿Qué pasa con el dinero fruto de la corrupción? Y no me refiero a gastarlo ostentosa y obscenamente, que es lo que suele ocurrir. ¿Qué pinta ese dinero que no es limpio, que no ha pagado impuestos, en el estirado y presuntamente respetable mundo de la economía legal? Muy sencillo: se integra plenamente en el mismo como si no pasara nada. Lo hace mediante concienzudos y complejos procesos de lavado que lo dejan más impoluto que aquel detergente de los años setenta que lavaba más blanco que nadie. Les apuntaba además este escribiente, que la fiebre y especulación constructora de viviendas en España pudiera tener otra explicación más de la que no se suele hablar. La de modo eficaz y seguro de lavar enormes cantidades de dinero sucio o incluso muy sucio. Déjenme que les esclarezca algo. Llamamos dinero sucio o negro al conseguido por uno de estos medios: por estafa a todos los ciudadanos (al evadir el justo e imperativo pago de impuestos) o al conseguido con los más canallas y rechazables modos: el catálogo completo de crímenes perpetrados por las organizaciones de delincuentes o por los aprendices aventajados del crimen (aunque vistan traje de alpaca con camisa y corbata de seda), que incluyen corrupción, extorsión, secuestro, estafa, enjuagues económicos ilegales varios y un muy largo etcétera. ¿Cómo? Podríamos celebrar ahora los diez años de la Declaración de Ginebra, elaborada y firmada por más de 2.000 jueces y magistrados europeos en esa ciudad suiza. Fue un llamamiento a los gobiernos y a los parlamentos para acabar con esa Europa menos confesable, la de los discretos paraísos fiscales en propio territorio europeo (islas del canal de La Mancha, Gibraltar, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, Andorra…), paraísos que ocultan y protegen de forma descarada los capitales de oscuro origen. Los firmantes de la declaración se impusieron entonces el deber de estudiar la delincuencia del dinero de altos vuelos. El resultado de su trabajo se publicó aquí con el expresivo título de “Atlas de la criminalidad financiera” (Akal. Madrid, 2002). Ese fruto de la investigación de jueces y magistrados, denunció que una enorme masa de dinero sucio pasa de mano en mano en los mercados financieros, en algunos bancos (demasiados) todos los días y no pasa nada. Millones y millones de euros diarios. Y sepan ustedes que no hay corrupción que valga ni crímenes organizados rentables posibles sin paraísos fiscales… ni cierto modo de concebir el mundo de las finanzas, que es el que hay. Y sepan también que, como dijo cierto político de izquierda en un momento de lucidez y valor, “los mercados (incluidos los financieros) tienen nombre y apellidos”. O sea, que esto no es una catástrofe natural inevitable como un terremoto o un tsunami.
Conozco hombres y mujeres que han sido condenados implacablemente a nueve y diez años de prisión por haber intentado contrabandear una maleta o una bolsa con cocaína (de los que por lo menos cinco o seis reales los pasan tras las rejas), pero aún he de encontrar en las cárceles patrias una proporción aceptable de esos ciudadanos respetables de bancos, agencias de cambio, abogados sin escrúpulos o intermediarios financieros que son los cómplices necesarios (cuando no algo peor) del indecente lavado del dinero mas sucio que uno imaginarse pueda. Ahora bien, esa basura es posible para empezar, porque en la Europa unida de las finanzas, el secreto bancario no se pone en cuestión. Es dogma de fe, sacramento intocable, y quien ose ir contra el mismo es hereje digno de la hoguera. Pero en realidad, el secreto bancario es una excelente coartada para muchas sinvergonzonerías y una magnífica tapadera de asuntos que huelen mal. El informe de los jueces, al que me he referido al principio, denuncia que “esta Europa de las cuentas numeradas y del secreto financiero es utilizada para reciclar el dinero de la droga, del terrorismo, de las sectas destructivas, de la corrupción sistemática, de la evasión fiscal y de las actividades mafiosas”. Y sospecho que tales señores sabrán por oficio de qué hablan.
El resultado de toda esa ceremonia de confusión financiera, no sólo consentida sino me temo que querida en nombre de la sagrada libertad de los mercados, da como resultado que el mundo financiero legal y el crimen organizado se apoyan mutuamente y, además, tienen cosas en común. Por ejemplo, ambos odian las reglamentaciones y los controles del Estado. Las finanzas legales, porque consideran cualquier control como un ataque a la sagrada, santificada y divina libertad del movimiento de capitales. Y, en cuanto a los canallas evidentes, delincuentes organizados en mafias protegidas por deshonestos gabinetes jurídicos y corrupciones varias, porque odian cualquier control, cualquier ley, cualquier norma, salvo la de ganar cuanto más mejor en el menor tiempo posible.
Según la ONU, el dinero sucio (el obtenido con el tráfico ilegal de armas, de drogas, especies protegidas o de seres humanos; por la fabricación de moneda falsa, fruto de fraudes masivos, honorarios de la corrupción, conseguido con trata de blancas para la prostitución, con trabajo esclavo clandestino…) utiliza los mismos circuitos que las finanzas especulativas. Éstas últimas, legales, por cierto. Las organizaciones criminales han utilizado y utilizan con facilidad la patente de corso que constituyen la globalización y, sobre todo, la libérrima circulación de capitales. Un dato preocupante así lo muestra. La cifra mundial de negocios con dinero sucio, conseguido con malas artes y crímenes por distintas organizaciones criminales, según la ONU, no es menor de 650.000 millones de euros. ¡Una auténtica pasta!
La economía criminal está íntimamente ligada a la legal y continuará estándolo si no se reforma en profundidad el movimiento de capitales y no se pone coto al secreto bancario y a la especulación financiera. Veamos un botón de muestra. Para quienes no sepan cuáles son los perjuicios del blanqueo de dinero, cientos de miles de millones de dólares, ya blanqueados, se invierten especulativamente en deuda estatal en países con economías poco boyantes. Esas inversiones buscan un rendimiento alto y rápido y, así, grandes delincuentes de todo el mundo controlan una parte importante de la deuda oficial de países vulnerables. Sepan que según estudios de Naciones Unidas, esa actividad especulativa del crimen global organizado ha influido de forma importante -siempre negativa- en las diversas crisis financieras y económicas de las últimas décadas. Ante las crisis, los organismos financieros internacionales obligan a los países en crisis a tomar medidas de austeridad económica. Esas medidas dan lugar al cierre de las empresas o recortes masivos de plantillas y generan un aumento el desempleo de forma acelerada. Entonces, crece la ilegal economía sumergida, que es campo abonado para la economía criminal. La ONU lo reconoció en una de sus conferencias para la prevención del crimen, una que se celebró en El Cairo hace unos años: “La penetración de los sindicatos del crimen se ha visto facilitada por los programas de ajuste estructural que los países endeudados se han visto obligados a aceptar para tener acceso a los préstamos del Fondo Monetario Internacional”.
O sea que lo de la corrupción y el consiguiente lavado de dinero sucio no sólo es una cuestión ética -que también- sino que afecta (o puede afectar mañana, pasado...) a nuestra vida cotidiana, a nuestro bienestar, a que nuestra vida sea buena, decente o un porquería. Qué cosas.

No hay comentarios: