Uno recuerda que a partir de los años sesenta del siglo pasado –a pesar de que uno era entonces jovencísimo-, algunos espabilados (frecuentemente desertores del arado y siempre en estrecha y fraternal contubernio con la franquista dictadura), se forraron de la noche a la mañana con la muy acelerada construcción de enormes, mal hechos, feos y desangelados bloques de pisos que estropearon muchas de nuestras ciudades. Cientos de miles de inmigrantes, huyendo del hambre, abandonaban con dolor del corazón su Andalucía, Extremadura u otros lugares patrios para intentar mejor suerte en Madrid, Barcelona o el País Vasco. Aquella feroz especulación y poca vergüenza inmobiliarias dieron como resultado unos barrios incómodos y deshumanizados que, con el tiempo, fueron foco de todo tipo de problemas, que aún colean según lugares. En aquellos años era cierto que la vivienda era una necesidad flagrante, porque la gente inmigrada vivía en chabolas de mala muerte o amontonados en casas de familiares. Y continuaban llegando en trenes de madera con sus maletas de cartón. Pero en nuestros días, cuando esta España de nuestros desvelos (o Estado Español, según gustos) es rica y ocupa el lugar once o doce del 'hit parade' de los países más desarrollados del planeta, retorna la vieja especulación inmobiliaria con más brío, menos vergüenza y mayor peligrosidad que nunca, precisamente cuando aquí ya hay tres millones de viviendas vacías.
Les supongo enterados de los muchos chanchullos y choriceos que salpican esta vieja piel de toro; latrocinios varios que los medios informativos han dado a conocer, por lo que no les aburriré con la “Operación Malaya”, el imperio de Paco el Pocero contraataca, el turbio asunto de Cienpozuelos, el caso Andratx de Mallorca (no confundir con la infección por ántrax, aunque tal vez sí, acaso sean parientes) y un excesivo y vomitivo etcétera.
A propósito de la especulación inmobiliaria patria, don Miloon Kothari, alto funcionario de la ONU, relator del organismo internacional sobre el cumplimiento del derecho a una vivienda digna, tras investigar esa cuestión en nuestro país durante unas semanas, ha afirmado con contundencia que “es particularmente grave y una vergüenza la especulación urbanística desenfrenada de la vivienda en España ". Es más, don Miloon asegura que él no ha observado "casos tan graves de acoso inmobiliario en otras partes del mundo desarrollado.” Aserto que parece muy grave, porque los altos funcionarios de la ONU suelen ser prudentes en el habla y parcos con las palabras utilizadas y, si Miloon se ha desmelenado un tanto, ¿qué no habrá visto y oído?
En la especulación inmobiliaria hay gato encerrado y si no, ¿de donde nos viene, por ejemplo, esa frenética afición, desmedida y apasionada, por los campos de golf? Cuando algunos españolitos jóvenes triunfaron (y ganaron una pasta gansa) con el tenis hace bastantes años, se desató una especie de furia nacional por tan elegante deporte y un considerable lote de papás ibéricos inscribieron a sus vástagos en caras escuelas de tenis con la esperanza de que sus niños emularan a los Sánchez Vicario y les cubrieran el riñón con sus triunfos. Pero, oh, decepción, no se ha dado un proceso de emulación social de los golfistas. Si no se ha producido un desenfreno tumultuoso por jugar a ese deporte (muy recomendado para cardiópatas), ¿qué sentido tiene que España (o Estado español, según) se llene de campos de golf, como parecen perpetrar los muchos planes especulativos urbanísticos que nos invaden, además de destrozar los paisajes seculares? Y aún más, cuando eso ocurre en un país de secano que se desertiza a ojos vistas, como muestran todos los mapas estratosféricos de la Nasa que en el mundo han sido. ¿Por que esa súbita afición por el golf, salvo que alguien se haya creído que la práctica de tan soso deporte permite codearse con los poderosos y pillar cacho?
El señor Kothari no se ha cortado un pelo cuando ha asegurado que una cuarta parte de la población española está excluida de acceder a una vivienda digna por su muy elevado precio. O sea, la friolera de once millones de ciudadanos y ciudadanas. Y ha pedido al Gobierno que intervenga ya, que adopte “medidas inmediatas”, porque el problema de la vivienda en España es "el más grave de Europa y uno de los mayores del mundo", y la situación actual es "insostenible". Casi nada.
El lodazal de la especulación y la corrupción inmobiliarias forma parte de la lógica del viejo sistema económico que nos gobierna: el capitalismo. Según el poeta, narrador, catedrático y lúcido ensayista Rafael Argullol, el mayor mérito del capitalismo en nuestro tiempo es que ha conseguido que no se hable de él, ni siquiera los rojos. Algo grave y peligroso, porque, además, desde hace una veintena de años, sufrimos la peor versión posible del capitalismo que vieron lo siglos: la neoliberal, la de la moral del gangster, la del todo vale por los más soeces beneficios, la del crecimiento sin freno. Argullol, al referirse a los grandes corruptos (y corruptores, por supuesto) de la obscenidad inmobiliaria, esputa que “son casi extravagantes en su frenesí por el botín”. Y uno, que ya ha vivido un tanto, se pregunta a su vez: ¿Estarán tal vez enfermos?, psiquiátricos, por supuesto. ¿Precisarán de urgentes servicios de psicóanalistas argentinos a causa de los muchos resquicios de personalidad que pretenden vanamente tapar con la posesión indecente de muchas propiedades, una vulgar e insultante ostentación y un mal gusto que no tiene nombre? Chi lo sa. El alma humana es un pozo insondable. Y continúa Argullol. “Por una parte, las mafias extranjeras se abren camino a tiros; por otra, los [chorizos] locales y autonómicos, aparentemente sin tiros, pero con el aliento afilado y depredador del nuevo rico que a la postre resulta tan mortal como un disparo. A estos corruptores llamémosles mafiosos”. Me he permitido sustituir el sustantivo utilizado por el poeta y catedrático por el racial ‘chorizos’, por ser más explícito y rico en matices entre nosotros.
Y un apunte final para la reflexión nocturna, cuando uno apaga por fin la tele y se enfrenta a las horas de sueño, que tal vez no sean plácidas, porque el estrés acumulado con tanta porquería lo impide. Uno barrunta que una parte de toda la basura inmobiliaria especulativa tiene como objetivo principal –o adjunto, pero muy considerable- el blanqueo de dinero sucio, el lavado de dinero negro e ilegítimo. No sería la primera vez ni –me temo- la última.
¿Saben lo peor? Que para que una minoría (porque minoría constituyen al fin) resuelva sus problemas personales acumulando obscenos beneficios, una gran mayoría las pasa más canutas que Caín tras matar a Abel. ¿O lo del derecho a la vivienda digna, que proclaman la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Constitución, es sólo decoración? Y encima no es políticamente correcto que gritemos a todas horas que son unos sinvergüenzas.
martes, 5 de diciembre de 2006
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