¿Les suena Louise Harbour? No es una cantante presuntamente seductora ni una tenista y aún menos una estrella de Hollywood o una friqui de las que ocupan con poco cerebro y menos vergüenza abundantes horas de programas basura; es la Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos. Doña Louise ha dicho que la pobreza -¡por dios, que mal gusto, hablar de pobreza!- es un ataque a la dignidad humana. Otro caballero, cuyo nombre desconoce la mayoría de gentes del planeta, es Mohammad Yunus, premio Nobel de la Paz. Según él, la pobreza se ha de combatir como auténtica causa de terrorismo. Y ha añadido que la pobreza es uno de los principales enemigos de la paz. Y, ¿saben?, tiene más razón que un santo, en el supuesto de que los santos, por serlo, tengan razón.
Desde que la ONU acordó trabajar para conseguir los famosos Objetivos del Milenio (reducir la pobreza a la mitad para 2015) estamos casi donde estábamos. ¿Difícil de lograr? Yunus nos recordó, cuando recibió su premio Nobel, que quisimos ir a la Luna y llegamos a la Luna. “Conseguimos lo que queremos conseguir”, añadió. ¿Acabar con la pobreza es algo que realmente queremos lograr?
No les marearé con cifras que muestran que con lo que se gasta en armamento en un año se podría acabar con toda la pobreza.
¿Qué ocurre con los seres humanos que parecemos más predispuestos a jorobarnos unos a otros que a echarnos una mano? Pero tampoco nos percatamos de que si no se lucha contra la pobreza por solidaridad (porque somos capaces de ponernos en el lugar del otro, de meternos en su piel) deberíamos hacerlo por puro egoísmo y afán de supervivencia.
Al paso que vamos, acabaremos viviendo en una burbuja rodeada de vigilantes de seguridad, porque los pobres de la Tierra, los que pasan hambre, los que no tiene agua potable, los que ven morir a sus hijos por diarreas que en Occidente se curan con una pastilla, los que están permanentemente jodidos, los que no obstante saben que hay otros modos de vivir (porque las parabólicas y los satélites han hecho el mundo realmente global antes que Internet y los móviles), y que también hay derroche y ostentación (porque lo ven en la caja tonta y debe ser como mentarles la madre), todos esos pueden llegar a cabrearse tanto que ríete tú del mundo que pinta Mad Max. El terrorismo no deja de ser un avance del mundo de locos al que nos encaminamos.
Tal vez sea como el cuento del alacrán y la rana. El alacrán quería cruzar un río caudaloso y le pidió a la rana que lo pasara sobre la espalda. La rana dijo que no, que no se fiaba, pero el alacrán juró por todos sus muertos que de ninguna manera, que sólo quería llegar a la otra orilla. La rana accedió y, cuando estaban en medio del proceloso río, el alacrán le pego a la rana un aguijonazo de padre y muy señor mío. Mientras se hundían en las aguas, con el inevitable final de ahogarse ambos bichos (porque, evidentemente, la rana, herida muerte, empezó a hundirse), ésta le preguntó: “¿Por qué? ¿Por qué? Ahora moriremos ambos”. Y el alacrán le respondió; “Lo siento. Es mi naturaleza”
Me gustaría pensar y creer que la naturaleza de los seres humanos no es el absurdo suicidio que se manifiesta hasta ahora y que, por el contrario, como proclaman y gritan los altruistas de este planeta, ‘otro mundo es posible’, algo mejor que esta porquería que nos toca sufrir. Pero eso será siempre y cuando nos apretemos los machos, porque la lotería sólo toca a muy poquitos y si esto ha de dejar de ser un basurero para ser más decente y digno, todo quisque ha de arrimar el hombro.
martes, 19 de diciembre de 2006
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