No sé cuál es su nombre, sólo que es una mujer africana de unos treinta y tantos años. Camina por un terreno árido y yermo en el que quizás se ven un par de arbolillos medio secos y recoge dos piedras del tamaño de un puño. Les quita el polvo con cariño y las mete en una ajada bolsa de cuero; luego se encamina decidida hacia una paupérrima cabaña. Coge una vieja olla, la llena de agua hasta la mitad, que vierte de un pellejo oscuro y cuarteado, recoge unas cuantas ramas, las amontona y las enciende. Coloca las piedras en el interior del agua de la olla, coloca ésta sobre el fuego y la tapa; entonces espera removiendo el agua. En la miserable cabaña, apenas un techo de hojas y un par de tramoa de paredes de caña y más hojas, tres niños tumbados sobre una raída alfombra, de cinco a nueve años, de negra piel y ojos enormes, miran con atención la olla y a su madre que remueve lentamente el agua del recipiente con una sonrisa. Al cabo de un rato, el vapor de agua pugna por salir de la olla, entonces la mujer negra dice alegre: “Ya casi está la cena”. Los niños, que contemplan como hipnotizados el vapor de agua que hace saltar alegremente la tapa de la olla, se duermen uno tras otro. Entonces la mujer apaga el fuego y tira el agua que ha hervido inútilmente y las piedras que han servido para crear la ficción, el espejismo, de una cena que no era, pero que ha evitado que los niños se durmieran angustiados por un día más de no poder comer nada.
Esta no es una situación excepcional ni tampoco el fruto de la febril imaginación de un guionista. Forma parte de un documental que una organización solidaria con los más pobres de los pobres del mundo ha filmado, montado y distribuido para denunciar una situación común y, sobre todo, tremendamente representativa de ese olvidado submundo en el que cientos de millones de personas (835 para ser precisos según Naciones Unidas) sufren hambre. Ni gazuza, ni apetito sino hambre con mayúscula.
No es broma. El último estudio de la ONU sobre la pésima, injusta y vomitiva distribución de la riqueza en el mundo, deja muy clarito, diáfano, que un 2% de los más ricos ¡poseen más de la mitad de la riqueza de la tierra!, pero la mitad más pobre de la población de la Tierra sólo es propietaria de apenas un 1% de la riqueza. Los resultados de tan obscena desigualdad están a la vista, como denuncia el citado docuemtal, por ejemplo. El valor estremecedor de este estudio es que no se ha realizado sobre las típicas cifras de macroeconomía, sobre las grandes cantidades de riqueza –o no- de las naciones sino sobre la riqueza –o no- de los hogares, de las personas corrientes y molientes, sobre el dinero que tienen o no tienen.
"Bueno, pero eso de la negra que no tiene con que dar de comer a sus hijos pasa en África y ya sabemos lo que es África", podría rebuznar el listillo a la par que cabrito de turno. Pues ese sujeto ha de saber que, como dice el refrán, en todas artes cuecen habas, y en esta España de nuestro amores y desdichas (o Estado Español según quien lo diga) a día de hoy, un 20% de ciudadanos y ciudadanas de todas edades y sexos malviven (y nunca mejor dicho) con la mitad del salario mínimo interprofesional o aún menos; o sea, con menos de 315 euros mensuales (la mitad de 631 euros al mes, dicho salario con dos pagas extraordinarias anuales prorrateadas). Ya no les hablo de cocer piedras hasta que sus hijos se duerman contentos y amorosamente engañados, pero ¿ustedes vivirían con un mínimo de decoro con 315 euros al mes? Por no señalar que en la España de hoy (que es la potencia once o doce de los países desarrollados) hay 30.000 personas que no tienen donde caerse muertos; materialmente, ni siquiera una choza indigna, y han de vivir en la calle, al raso o, con suerte, en algún albergue municipal durante unos días. En Madrid, ciudad importante de faraónicas y ostentosas obras, por ejemplo, son 6.000 los que no tienen techo y pasan la noche como pueden, abrigados con cartones de embalar. Y esto no lo dice este escribidor que clama en el desierto sino “Cáritas”, una organización conocida por sus peligrosas convicciones revolucionarias troskistas que todo lo encuentra mal ¿no?
No sé como tenemos el ánimo de mirarnos al espejo sin que se nos caiga la cara de vergüenza. Siempre se puede hacer algo, aunque sea tan sencillo como intentar meterse en la piel del otro, del que las pasa putas, y gritar que esto es una porquería asquerosaemnte injusta, que no es el mejor de los mundos posibles sino que otro mundo es posible, más allá de las cobardías, egoísmos y trapacerías de quienes controlan la economía mundial y se lucran obscenamente de ello.
miércoles, 6 de diciembre de 2006
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