No me ha tocado la lotería de Navidad, pero por lo menos me devuelven los veinte euros que me costó el décimo; volveré a jugar para el Niño, pero entonces ya no me tocará ni un euro. Siempre ha sido así en mi caso, pero el ser humano es el único ente vivo que tropieza dos, tres y las veces que haga falta con la misma jodida piedra. No les voy a dar la vara (o la brasa, como dicen los chicos ahora) con ningún tedioso tópico sobre el consumismo navideño, el derroche en estas fechas o historietas similares, pero, puesto que algunos y algunas tal vez lean este blog en ocasiones, no renuncio a hacer un guiño, agradecer la atención y desearles de todo corazón, como dicen en México, que les vaya bonito.
Sin embargo, no hay ninguna razón ni indicio sólidos para pensar que el 2007 será mejor que el 2006, a pesar de los millones de deseos de felicidad que se emitirán, escribirán o pronunciarán estos días hasta el uno de enero, pero lo cierto es que la esperanza y el coraje son lo último a lo que hay que renunciar; es más, si se pierden del todo, sólo queda el caos letal, la necedad cósmica. Por esa razón hay que confiar en que, mal que bien, podemos evitar que las cosas vayan a peor. Es un buen objetivo y es razonable. Como daba a entender la letra de “L’estaca”, canto de lucha de los setenta que interpretaba ese excelente músico que es Lluis Lach cuando era más joven y tenía más pelo, los problemas gordos son cosa de todos y todos han de aportar su granito.
Esa gilipopllez calvinista (tan esparcida en montones de películas jolivudenses), que proclama en algún momento del filme alguno de los personajes de que “yo sólo me cuido de mis propios asuntos” no contempla el hecho de que esos ‘propios asuntos’ son siempre mucho más amplios, gruesos y graves que los que concibe la estrechez mental de guionistas cinematográficos completamente miopes cuando no, ciegos. Por eso, como cantaba Llach, si tú estiras con fuerza por aquí y yo estiro con fuerza por allá, seguro que cae y etcétera.
Finalmente, como ustedes deben saber, en el caso a que se refería la metáfora de la estaca, las cosas no sucedieron como habíamos previsto, pero algo se logró, aunque intervinieran la madre naturaleza y los ciclos vitales. Y, a pesar de los pesares, posiblemente hubiera sido mucho peor de haberse comportado todo el mundo como un rebaño de ovejas. Por cierto, no se fíen de los revienta-todo, de los que descalifican sin concesiones y sólo son capaces de hacer juicios generales siempre destructivos y siempre sin matiz alguno, porque una cosa es la crítica (por dura e implacable que deba ser, que debe) y otra la desesperanza sistemática que conduce inexorablemente a la desesperación. Y, tras la desesperación, sólo está la muerte, la nada.
Este escribidor no era especialmente ‘fan’ de don Camilo José Cela, pero coincidía con el desaparecido Nóbel en uno de sus más repetidos aforismos personales. “Quién resiste vence; el que aguanta, gana”. Pues de eso se trata.
Y, en cualquier caso, en este mundo de nuestras desdichas, en estos tiempos de banalidad, cabronada y mediocridad entronizadas, hay que resistir, es preciso estar frente a la estupidez, la mentira, la codicia desbocada, la injusticia y la mala gente. ¿Por qué?, preguntará el descontento desesperanzado de turno. Y le respondemos: Por vergüenza torera, una hermosa e ibérica forma de denominar la dignidad de los seres humanos.
sábado, 23 de diciembre de 2006
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